Hoy les voy a contar una historia. Él estudió con becas la carrera de Veterinaria, en la época en que las becas había que ganárselas a base de codos. Ella colgó los libros cuando terminó sexto curso y la reválida de Bachillerato, pese a sus sobresalientes, porque entonces las chicas no solían ir a la universidad. Con lo que ganaron traduciendo unos libros técnicos del inglés se compraron un Seiscientos y se fueron de viaje de luna de miel a Italia. Tuvieron dos hijos y, mientras esperaban el tercero, él dejó su trabajo como directivo en una importante empresa para preparar oposiciones al Cuerpo Nacional Veterinario. Y las aprobó. Tuvieron su cuarto hijo y los criaron a todos conforme a los valores que habían aprendido de sus padres. Al cabo de unos años él la convenció para que estudiara también Veterinaria y ella se enroló en hacer la carrera con treinta y bastantes años y los niños aún pequeños. Él, entre otras cosas, dirigió la Sanidad Exterior de España y viajó por todo el mundo por su trabajo. Ella al terminar de estudiar trabajó en una empresa privada, después de sacarse el carnet de conducir, pues como ella misma afirma ha hecho muchas cosas al revés de lo habitual. Y hoy, precisamente hoy, hace cincuenta años que se casaron. Les hablo de mis padres, Justo y Mari Nieves. No he podido resistir la tentación de aprovechar esta oportunidad para felicitarlos con todo el cariño por su trayectoria juntos. Pero los hitos fundamentales de su vida en común no explican quiénes son, dos personas de una pieza, bondadosas y dedicadas que, cuando han llegado los malos momentos, también han sabido seguir dándonos ejemplo de cómo afrontarlos, con valor y aceptación, manteniéndose unidos.

Mis padres son una buena muestra de esa generación que en los años sesenta vivió el milagro económico español. La mayoría de las personas que conozco de esa edad son como ellos, gente abnegada, trabajadora, sensata y austera. Gente que brega ahora con los nietos después de haberlo dado todo por sus padres. Que cuenta las mejores historias de un tiempo pasado que parece sacado de otro planeta, ese mundo sin tele, sin coches y con los niños jugando en la calle a las chapas. Y que tuvieron la suerte de que en la posguerra no hubiera ninis, ni foodies, ni vigorexia, ni tanta bobada como hoy en día. Han sabido evolucionar con el tiempo y empaparse de las nuevas tecnologías y hoy hasta son twitteros, por lo que han demostrado una insólita capacidad de adaptación.Todos los mayores de esa generación merecen un homenaje, pero permítanme por esta vez que me tome la licencia de personificarla en mis padres, dada su efemérides. Queridos papá y mamá, muchísimas felicidades. Sois simplemente admirables.