Vivir en un lugar tranquilo y en paz es un ideal común a mucha gente, ahora somos un país de inmigrantes y hemos de convivir con los diferentes. Pero en estos momentos hay gente que se siente amenazada y rechaza a las comunidades que vienen de otro espacio. Ello supone el florecimiento de movimientos xenófobos, racistas, de intolerancia, que según los analistas pueden incrementarse en los próximos años. Y, ahora mismo se percibe una tendencia a la islamofobia. Pero tenemos que mantener una mirada tranquila y flexible sobre los acontecimientos, y tratar de situar todos los problemas en su justa medida. En las conversaciones siempre hay quien opina que, a la vista de los atentados yihadistas, hay que expulsar a los musulmanes. Eso mismo pensaba Donald Trump cuando estaba en plena campaña pero ha de predominar el sentido de la convivencia, a fin de cuentas necesitamos a los inmigrantes, y que estos se integren en la sociedad que les recibe, porque realizan funciones imprescindibles para el colectivo. Sabemos también que las autoridades policiales están haciendo una buena labor de vigilancia y un control sobre los brotes de radicalización en nuestro entorno.

La historia nos dice que España fue un país grande cuando convivían las tres culturas: cristianos, judíos y musulmanes fraguaron en aquel Toledo un ejemplo de tolerancia y de progreso. Los reinos de la península salieron perdiendo con la marcha de muchos miles de judíos, perdieron población y perdieron gente artesana y comerciante, que creaban un gran dinamismo económico. Por otro lado, los árabes que permanecieron 800 años en la península perfeccionaron la agricultura, los regadíos, la higiene del baño, la astronomía, las matemáticas y la medicina, pues aquellos árabes eran una civilización avanzada para la época. Y cuando los Reyes Católicos expulsaron a judíos y musulmanes empezó una etapa de decaimiento. No en vano los reyes fueron asesorados por Torquemada, la Inquisición y el afán de algunos de quedarse con las propiedades de toda aquella gente.

Hay quienes rechazan la idea de que se construyan aquí mezquitas, puesto que en los países musulmanes se dificulta mucho la construcción de iglesias, y puntualmente nos llegan noticias de matanzas de cristianos en países como Egipto, Irak, Nigeria, India, Afganistán, Bangladesh, Pakistán y un largo etcétera. El sudeste asiático y varias naciones de África concentran la mayor parte del problema. El futuro habrá de pasar por la tolerancia mutua y la integración, esta integración crea la obligación de adaptarse por parte de los que vienen y de respetar los valores democráticos del lugar que los recibe. Más allá de reacciones emocionales, hemos de considerar que en los países próximos -Marruecos, Mauritania, Senegal y Gambia- hay abiertas al culto iglesias católicas y protestantes; en Marruecos existe una importante minoría judía, integrada en buena parte por los descendientes de los sefardíes expulsados de la península. En Gambia, país de inmensa mayoría musulmana, los viernes transmiten por radio y televisión las ceremonias de las mezquitas. Pero luego me sorprendí un domingo cuando vi que la televisión estatal daba en directo una misa católica, desde la parroquia dedicada a santa Teresa de Calcuta, con abundancia de asistentes.

Todas las religiones tienen su lado negro; así en el Antiguo Testamento podemos leer suficientes pasajes que hablan de asesinatos, de violaciones, de crueldades. Las cruzadas de la Edad Media fueron una experiencia muy traumática para aquellos pueblos que vieron pasar a los occidentales, y la Inquisición fue un episodio lamentable del cristianismo. El islam, como las grandes religiones, habla de la paz pero también de la violencia contra los no creyentes, incluso del castigo a las mujeres. Pese a que hay una tendencia creciente a prohibirla, en nombre de la tradición en muchos países se sigue practicando la ablación. Familias que residen en España siguen mandando a sus hijas y nietas a África para que sea practicada esta horrenda ceremonia.

Centroeuropa y los países del Este no quieren una introducción masiva de refugiados de las guerras de Siria o Irak. Para Angela Merkel Europa debe mostrar sus valores y su concepción de de dignidad a estas avalanchas de desesperados. Sobre todo los húngaros, los checos, los eslovacos y los polacos muestran su rechazo, son partidarios de la deportación automática de los refugiados, pues nunca han tenido esa experiencia histórica de acoger a gente que huye de sus conflictos. No se distingue entre el refugiado por motivos políticos, tampoco se distingue entre el refugiado africano y el asiático.

Otra perversión consiste en la tendencia a identificar el islam con el islamismo, se entiende que este último es la corriente política radical que justifica la violencia para imponer a todos la ley musulmana. Con Erdogan en Turquía se abre una nueva incógnita sobre el continente europeo. Ciertamente, no parece encajar un país musulmán en la actual Unión Europea pero Turquía está en la OTAN y hace sus servicios a occidente. Pues el país ha venido ejerciendo un papel de primer filtro y acogida sobre los miles y miles de refugiados de los conflictos asiáticos; con la introducción de la pena de muerte y la creciente islamización que promueven las autoridades ya no podrá aspirar seriamente a ser admitido en occidente.