Se cumplen ahora diez años del estallido de la peor crisis económica de la historia moderna. ¿Recuerdan? Todo comenzó con una palabra que jamás habíamos escuchado hasta entonces: subprime, las hipotecas basura que los bancos estadounidenses habían concedido a troche y moche y cuyos beneficiarios acabaron por no poder pagar. Aquello colapsó el sistema bancario. Al año siguiente, cayó el primer grande, Lehman Brothers, y cuando pensábamos que el sistema financiero español era de lo más seguro, zas, aquí comenzó a derrumbarse el castillo de naipes, llevándose por delante bancos y cajas de ahorros y alterando por completo el mapa de la economía española. Algo hemos aprendido, decían el domingo en estas páginas los presidentes de la patronal de Alicante y de la Cámara de Comercio. Viviendas, automóviles y otros bienes de consumo aumentan sus ventas de un modo moderado, y los bancos, aun extremando el celo a la hora de conceder préstamos, están dispuestos a abrir el grifo.
La peor crisis de la historia se ha llevado por delante a una generación entera de españoles que acababan su formación justo cuando comenzábamos a escuchar la palabra subprime; hombres y mujeres que ya han cruzado la treintena, abogados, ingenieros, economistas que ahora ejercen otros oficios porque el mercado de trabajo no les dio la oportunidad. Nada de mujeres y niños. Es a esa generación, posiblemente la más deprimida, a la que la recuperación debería rescatar primero.