Como más me molestan los turistas es como turista. Están en todas partes: han ocupado toda la arena con sus toallas; me hacen ser el último en la cola del museo y han reservado todas las mesas en el restaurante mejor calificado de Tripadvisor. El hombre es un turista para el hombre.

No creo que mi molestia llegue a ser turismofobia, palabra cutre que refrenda que la mejor defensa es un ataque. Si no te tragas todo hasta las heces tienes una fobia.

El turismo es riqueza pero no sólo. Es riqueza mal repartida. Tras una sucesión de exitosas campañas turísticas el sector explota asquerosamente a las camareras de hotel.

El turismo genera riqueza pero también pobreza. En la bellísima Palma de Mallorca hacen falta profesionales sanitarios jóvenes pero no pueden pagarse la casa con lo que cobran. Esto sucede al paso alegre del mercado incorregible. Los altos precios de los alquileres dificultan a los jóvenes locales independizarse; a los forasteros, instalarse y a los hospitales, contratar. Es sólo un ejemplo.

De lo que no es alegría en el turismo no se ha hablado hasta ahora, porque «no toca», que es lo que se dice cuando se está ocupado apañando dinero. Este año se ha abierto el debate, lo han abierto como suelen hacer los abridores de debates, y ya estamos como siempre: en combate.

El turismo es bueno porque soy turista, el turista es bueno porque genera riqueza y no comerse esa entrada y primer plato es de turismófobos, así que cuídese de criticar lugares que sólo son un parque temático donde esquilmar a gente que enseña piel y tatuajes y de comentar que muchos barceloneses no van a las Ramblas desde hace años porque las Ramblas son de Barcelona pero los barceloneses solo caben en ellas si trabajan en la hostelería y el comercio.