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El ruido y la furia

Yo le doy tres sentidos a la cita: La apostilla a un texto que corrobora o completa a otro, la demostración de sapiencia de un pedantón al paño o darle lustre y firmeza a un texto mediocre

Ustedes sabrán perdonar que me ponga cansino con las citas. Sí, cito demasiado. Yo le doy tres sentidos a la cita: La apostilla a un texto que corrobora o completa a otro, la demostración de sapiencia de un pedantón al paño (ahora con google no tiene mérito alguno, antes con el Espasa era más fatigoso) o darle lustre y firmeza a un texto mediocre. Encasillen ustedes mis citas en cualquiera de las tres premisas, que acertarán. Bien, pues ahí va la cita. Se trata del acto V de la escena V de Macbeth: «La vida no es más que una sombra en marcha, un mal actor que se pavonea y agita en el escenario y después no vuelve a saberse de él. Es un cuento contado por un idiota lleno de ruido y de furia, que no significa nada» ( Shakespeare).

Siglos más tarde, William Faulkner tomaba prestado un fragmento para titular una novela que trataba sobre la decadencia y desaparición de una familia aristocrática en el sur profundo de Estados Unidos: «El ruido y la furia». ¿Les va sonando de algo? ¿Algo que alguien ha dicho recientemente? Efectivamente el ínclito, el histrión, el tonto con poder inimaginable amenaza al otro tonto furioso, el dictadorzuelo, el gordaco infatuado y también con poder inimaginable. Dice Trump en tono amenazante que de seguir las provocaciones «se encontrarán con un fuego y una furia como el mundo nunca ha visto». Los malos actores se pavonean y agitan, el cuento es contado por dos idiotas, ahora, que no signifique nada, ya lo veremos. Que igual estos dos mequetrefes no esperan a que nos desintegremos solitos, como se desintegran los polos. No sé si Trump ha leído Macbeth, pero hay que reconocer que el jodío lo ha clavado. Sólo ha cambiado ruido por fuego, que suena como más bestia, más truculento y amenazador.

Ustedes sin duda recordarán (y vuelvo a la imaginería ajena para encubrir mi cortedad de genio) «2001, una odisea del espacio», una película dirigida por Stanley Kubrick y escrita a pachas con el novelista Arthur C. Clarke. La primera escena representa a un grupo de primates, de los primeros pobladores de la tierra, acojonados por su vulnerabilidad ante los depredadores de otras especies. No saben defenderse, hasta que uno de ellos comienza a juguetear con los huesos mondos del cadáver de otro animal. Golpetea y golpetea hasta que el cráneo cede y se abre en dos. Los golpetazos van en aumento, hasta que el esqueleto queda prácticamente pulverizado. El animal lanza al aire el hueso y un grito destemplado, aterrador lo inunda todo. Era el principio de la guerra, la violencia y el poder. El mono era Trump o Kim Jong-un jugueteando con el botoncito rojo. Ni más ni menos.

Somos monos gobernados por monos. Somos restos de lo que podríamos haber sido. Somos el esqueleto de un racimo de uvas al que el gran poder ha ido desgranando. Nos movemos por inercia, alentados por un orden establecido que si nos paráramos a analizar, nos llenaría de terror. Lo malo del dolor es que puede llegar a enquistarse pero tenemos la habilidad de vivir con él. Lo malo de aceptar que somos como corderos que dulcemente lamen al matarife antes de que nos destace es que aceptamos un orden maligno, un orden que nos perjudica, que nos mata, que nos envenena, que nos deja sin criterio, que nos hace pensar como ellos. Siento el lamento de la aldea, donde no llega más que el rumor del cierzo y el lastimero quejido de la tórtola. Echo de menos la tierra húmeda, la lombriz y la espiga, esa infancia nuestra donde aún éramos seres libres comulgando con hojas de morera o atardeceres de mármol. No acabo de asimilar el no ser libre. El libre albedrío hace siglos que fue erradicado y en tantos siglos no nos hemos dado cuenta. Nos tienen sometidos por las enfermedades, por lo que hemos de consumir, por lo que hemos de creer, por lo que hemos de padecer, por las ruedas de molino que nos embuchan. Nos envían a guerras para dar la vida por los petrodólares, por los poderes fácticos, por el gran sacerdote cabrón del capitalismo. ¿Por qué sólo hay explosiones, infanticidios, muerte, ruina y miseria donde hay intereses petrolíferos y geoestratégicos? ¿Por qué somos tan sumisos, tan gilipollas? ¿Por qué oficiamos de ignorantes? El mundo es una gigantesca teta nutricia de una gran vaca. Son cuatro locos, ávidos de poder, los que se nutren de ella. Los demás estamos entre dos aguas, al pairo, resignados y a verlas venir.

Quiero volver a la tierra húmeda, a escarbarla con las uñas, a sentir el polvo de donde vengo, a acariciar a una lombriz viscosa y a declarar con otra cita (ustedes sabrán perdonarme) «que inventen ellos» ( Unamuno). Si a dos monos o a cuarenta mil les da por apretar el botón rojo, nos vemos en la nada, talmente donde ahora estamos. Ni más ni menos.

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