La dialéctica belicista de Donald Trump y Kim Yong-un es algo más que un duelo entre matones desde que el canciller ruso denunció «alto riesgo de conflicto». Solo esto faltaba en un verano desquiciado por las consecuencias del cambio climático que el presidente americano sigue sin reconocer -alineado en ello con Siria y Nicaragua-, la guerra real en Oriente próximo, el terrorismo de los lobos solitarios, la deriva tiránica de Venezuela, el cierre de fronteras a los refugiados, el separatismo catalán, etc. Con tantas preocupaciones, en la mochila del veraneo apenas cabe un tubo de tranquilizantes.

El fuego y la furia con que Trump respondería a Kim suenan muy faulknerianos pero no serían ficción si un misil norcoreano alcanza o se aproxima demasiado a un territorio USA. Parece que Pyongyang ha limitado su amenaza de lanzar misiles intercontinentales contra las costas americanas y prefiere asustar a los militares de la isla de Guam, pero haciendo fuego en el mar. Dicen que hay conversaciones secretas entre enviados de Trump y de Kim, pero nunca se sabe. Las fuerzas de Guam ya están en formación de combate, como también las surcoreanas y las japonesas, éstas en alerta permanente desde que el atrabiliario líder del norte empezó a jugar con misiles aptos para cargar cabezas nucleares.

Parecen increibles en este siglo XXI semejantes discursos y amenazas, más propios de un comic que de los líderes reales de dos paises reales. Esa dialéctica, verbalizada en gran parte en una red social, merece ser pulverizada por el sentido común de los ciudadanos, oprimidos unos por el déspota oriental y culpables otros de confiar los poderes de la presidencia a un empresario que desprecia la política, no para de destituir a los dirigentes por él nombrados, encaja el colapso de sus grandes promesas electorales por dos cámaras en las que tiene mayoría, luce el más bajo índice de popularidad de todos sus predecesores en activo y pretende disciplinar la comunicación independiente erigiéndose en editor de sus actos de gobierno, lo que tal vez sea el más grave de sus errores.

En cuanto al norcoreano, cuidado con su facha y discurso. No menos grotescos fueron los de Hitler, otro ansioso de «espacio vital». Su pequeño país puede desaparecer del mapa con una acción nuclear masiva, pero el problema es él, no los ciudadanos que lo sufren. La guerra es una aberración, incluso como «última ratio». Y precisamente de guerra están hablando los dos presidentes.