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Joaquín Rábago

Fuego y furia

Tenemos a dos fanfarrones, uno a cada lado del Pacífico, demasiado dados a las hipérboles y a quienes parece que gusta jugar con fuego.Pretende el uno garantizarse así la supervivencia de su régimen mientras que el otro, en su incontinencia verbal, no puede impedir que las mayores insensateces salgan de su boca.Por fortuna tiene el segundo colaboradores, gente de su confianza, o eso al menos queremos creer, capaces de llamarle a la razón, llegado el momento.El autócrata norcoreano va a la desesperada aunque confiamos también en que sabrá él mismo detenerse al borde del abismo.

De un tiempo a esta parte, el mundo asiste atónito al espectáculo que protagonizan esos hombres, dos individuos que parecen no haber nunca crecido. Está claro que con el rearme nuclear que tan obstinadamente persigue, el norcoreano quiere asegurar la continuidad de un régimen despótico que provocaría la risa si no fuera por los sufrimientos que entraña para su pueblo.Sabe lo sucedido a otros dictadores como el iraquí Sadam Husein o el libio Gadafi que habrían tenido otra suerte de haber contado con el arma nuclear. Aunque parezca a veces locura, su comportamiento obedece a una lógica racional.

Conviene hacer un poco de historia: dividida tras la Segunda Guerra Mundial y la derrota del ocupante japonés, Corea vivió a comienzos de los años 50 una guerra civil después de que el régimen del Norte, alentado por Stalin, traspasara el paralelo 38 y ocupara casi toda la península. EEUU acudió en auxilio del Sur y llegó hasta Pyongyang, lo cual provocó la intervención de la China comunista, que, con apoyo militar soviético, expulsó del Norte a los norteamericanos. Aquella guerra, que terminó en la coexistencia de dos sistemas diferentes en la península coreana, costó la vida a más de 1, 2 millones de personas de las distintas fuerzas en conflicto.

Hoy sería totalmente impensable que el ejército del joven déspota norcoreano intentara volver a cruzar la zona desmilitarizada entre los dos Estados, que muchos llaman la última frontera de la Guerra Fría. Por perturbado que pueda a veces parecernos, a Kim Jong-un no se le ocurriría tal locura porque equivaldría al propio suicidio y al aniquilamiento del pueblo coreano, tanto el del Norte como el del Sur. Lo mismo pasaría con un golpe nuclear preventivo que se viese tentado a lanzar el presidente de Estados Unidos para impedir el rearme nuclear de un régimen que detesta. mLa respuesta de Pyongyang sería en ese caso inmediata y no sólo Corea del Norte, como advirtió el presidente Trump, sino toda esa región del Pacífico, donde hay estacionado abundante personal militar y civil estadounidense, se vería envuelta en una tormenta de “fuego y furia”.

Puesto que no cabe por todas esas razones una solución militar y las sanciones económicas decididas por la ONU difícilmente van a cumplir su objetivo sino que sólo harán que sufra aún más el pueblo norcoreano-, ¿qué salida tiene el conflicto? La que proponen China y los europeos, y la misma que propondría cualquier individuo sensato a la vista de que se trata de una región hipermilitarizada y sometida desde siempre a fuertes tensiones: diplomacia y paciencia, algo que por desgracia no parece abundar en Washington desde que llegó Donald Trump a la Casa Blanca.

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