Llegas expectante a tu destino de alquiler y antes de subir, decides pasar por el quiosco a comprar la prensa. De entrada te choca que en el muestrario de periódicos la edición ilicitana del Información gane por goleada, pero no le das mayor importancia. Descargas familia y maletas del coche, y al llegar a tu edificio tragas saliva al ver una foto gigante del Misteri en el rellano. Pero cuando de verdad te acojonas es al entrar en la casa y descubrir una Dama de Elche junto al televisor.

No estoy hablando de la última distopía superventas juvenil sino que me encuentro pasando unos días en la villa de los flamencos, las tabarqueras, la playa Lisa, el pescaíto, el Faro, la media maratón y el Camelot, que el Rey Arturo guarde en su gloria. Como ya habrán adivinado escribo estas líneas desde Santa Pola, donde cautiva y desarmada, la afición franjiverde se relame de sus heridas tras dos descensos casi consecutivos que le han llevado de vuelta a las catacumbas del fútbol nacional. No seré yo quien haga leña del árbol caído; honor a los vencidos. «Tu rival nuestro filial». Me perdonen, no he podido evitarlo.

Es bien sabido que desde la época del desarrollismo todos los veranos esta villa se convierte en territorio comanche, pero si uno abandona la superficie y decide escarbar un poco entre los nativos, encuentra indelebles trazas blanquiazules que ni siquiera treinta años de resultados mediocres y turismo residencial han conseguido eliminar. La semilla es fuerte porque Santa Pola también es la patria de Manolo Maciá. Un mito de la primera página del imaginario colectivo blanquiazul y miembro destacado de su historia.

Manolo (Maciá II) fue fichado por el Hércules en 1930 procedente del Santa Pola junto con su hermano mayor Pepe (Maciá I) y desde muy pronto destacó en su demarcación como defensa izquierdo, convirtiéndose con el tiempo en un fijo en las alineaciones y también en el corazón de los aficionados. Maciá fue miembro prominente de aquella escuadra herculana que en los años treinta asombró al mundo occidental con su transición meteórica de equipo de barrio a gallito de la Primera División, alcanzando un sexto puesto y las semifinales de Copa justo antes de que la Guerra Civil truncase la progresión de aquel equipo de leyenda.

El santapolero vistió la casaca blanquiazul durante más de tres lustros y hasta el maestro Gastón Castelló le rindió homenaje en su día con un retrato realizado en la prisión de Alicante, donde Maciá permaneció preso durante unos meses y de la que sólo salía para jugar los partidos que el equipo blanquiazul disputaba como local en el estadio de Bardín. Y es que la historia y peripecias de aquel extraordinario santapolero, que llegó a rechazar ofertas del Real Madrid y Barcelona por seguir en su tierra jugando con el Hércules, darían para un guion de película.

Hoy el estadio municipal de Santa Pola se denomina Manolo Maciá en honor a este hijo ilustre de la villa marinera. También la ciudad de Alicante le rindió tributo en su día concediéndole una calle. Sin embargo causa escozor que no exista todavía en el Rico Pérez un rincón de homenaje a su memoria. Tal vez el advenimiento del centenario debería servir como excusa para reparar éste y otros olvidos similares. Que ustedes y un servidor lo veamos.