Puede definirse el miedo como la emoción que se experiencia en un determinado momento y lugar ante la percepción de una potencial amenaza y que da lugar a un programa de afrontamiento: la huida, la lucha, la inmovilidad o la sumisión. Hay, pues, miedo a muchas cosas y hay, también, muy distintas formas de enfrentarse a él.

En las últimas semanas han tenido especial repercusión pública diferentes sucesos, en Cataluña y en las islas Baleares particularmente, relacionados con la denominada «Turismofobia» y consistentes en ataques vandálicos de distinto tipo realizados contra turistas o negocios turísticos como forma de protesta ante la masificación y otros efectos nocivos que causan en algunas ciudades. Parece que en San Sebastián, ante su Semana Grande, también algunos grupos radicales están anunciando acciones similares y movilizaciones. Esto ha llegado a la prensa extranjera, particularmente a la inglesa, que ha comenzado a difundir en titulares y fotos con el Tourists go Home una creciente ola de insatisfacción ciudadana en España pero, también, cierto riesgo potencial a sufrir algún ataque de este tipo. El nuestro, que siempre había sido considerado un entorno seguro, siendo de hecho esa una de las principales causas indiscutibles de nuestro éxito turístico, podría empezar a no ser percibido como tal si los turistas comienzan a temer este tipo de ataques o no se sienten queridos.

Lo más curioso es que la turismofobia tampoco es otra cosa que miedo. De hecho una fobia es un miedo irracional. Aunque es obvio que detrás del fenómeno hay consideraciones ideológicas y políticas de mayor calado, parece que el mismo procede del miedo de los residentes a que sus municipios se acaben convirtiendo en meras localizaciones de un ocio descontrolado y brutal que, en consecuencia, acabe consumiendo su armonía cotidiana. Pero de este miedo, que puede tener una base razonable, y de la forma violenta e irracional en que lo están afrontando algunos radicales, surge otro: el temor a un impacto negativo de estas noticias en nuestro día a día. Al fin y al cabo esta calurosa época lo es también de noticias sobre el impacto económico del turismo, con datos como la importante incidencia que el mismo tiene en la mejora de los datos de empleo (así como en el tipo del mismo), y el creciente gasto económico de quienes nos visitan, con todo lo que ello supone para nuestra querida Costa Blanca. De ahí que estos actos vandálicos nos causen temor a perder la reputación de entorno turístico seguro, y que aquello que tanto nos ha dado y que tanto nos pueda dar nos abandone.

La cuestión importante, a mi parecer, no es qué tememos más sino cómo podemos afrontar los miedos que tenemos y si para hacerlo es legítimo crear amenazas reales para los demás, tanto para quienes quieren visitarnos como para quienes viven mejor gracias a estos últimos. Quienes temen que el turismo cambie sus ciudades y sus pueblos, sus costumbres y sus tradiciones, pueden, como algunos están haciendo, luchar violentamente contra el signo de los tiempos y la libertad de los demás o podrían asumir los beneficios del turismo a la par que exigir a los poderes públicos planes de convivencia y mayor preocupación por "los de casa". Quienes queremos un turismo mejor tenemos, en primer lugar, que asegurar la seguridad y tranquilidad de quienes nos visitan, hacer cumplir la ley y evitar sus miedos, pero también debemos responsabilizarnos para mejorar la convivencia en una tierra, como la nuestra, que siempre ha sabido mezclar múltiples lenguas, culturas y tradiciones.