«Yo, a mis cuatro años, elegí una máscara blanca y sonriente, una caretita blanca con goma. (...) Recuerdo nítidamente ver a la gente a través de mi máscara, una máscara en la que no existía la tristeza, ni mucho menos el miedo».

La frase ha sido escrita por el director-gerente actual del Teatro Principal en Alicante. El teatro, nuestro teatro, el título de este escrito, no es el Principal, ni el teatro negro de Praga, ni las escenificaciones al aire libre de cualquier lejana aldea. Ni se refiere al mimo, la comedia, el vodevil o cualquiera de las muchísimas formas que ha adoptado a lo largo de la existencia de la especie humana. Es el teatro, en toda su extensión, como una de las formas de cultura en la que los humanos se reconocen a sí mismos, aprenden a reírse de su endeblez, a reconocerse en sus miserias, a identificarse con sus grandezas, a reír, a llorar, a pensar. El teatro ha promovido encuentros, ha multiplicado la creatividad. Es un ingrediente imprescindible en esta ensalada variopinta que es la vida.

El otro, el teatro de aquí, el Principal, es un proyecto inacabado que podría madurar y convertirse en un verdadero motor de irradiación cultural que conjugue la vitalidad imprescindible de las obras y el espectáculo teatral con los normales descubrimientos de otras formas de expresión cultural, de las edades nuevas de los humanos que progresan. Es inacabado porque no consigue alcanzar su autonomía, ni el reconocimiento necesario. Es inacabado, casi vergonzante, por el escaso peso que consigue tener en las cuentas municipales y de las entidades copropietarias de ayer y de hoy, ya van casi cuarenta años de democracia formal municipal.

El Principal se debate entre continuar como lugar reservado a la pequeña burguesía local o abrirse al espacio de encuentro intergeneracional, más allá de las puras representaciones teatrales.

Este es un momento de incertidumbre, atrapado en la penuria de unas cifras de déficit que sólo han escandalizado aquí, en esta encogida ciudad que dedica más presupuesto a la fiesta (cohetes, mascletás, oropeles efímeros y hasta inconfesables espectáculos) que a la cultura. El último consejo del Teatro Principal, cruzado de equívocos y alguna que otra ignorante torpeza, debe recomponer su imagen para salir de nuevo a escena con el oro del triunfo en la mano. Alicante no puede perder otra baza más y despeñarse del todo en la fruslería del alcohol y el consumo desmesurado.

Francesc Sanguino es un hito relevante que puede impulsar ese giro capaz de mover la veta profunda que existe en muchas y muchos habitantes alicantinos y recuperar a los que se van desalentados. Lo es por su formación, lo es por su capacidad de trabajo y por las pruebas que ya ha dado en sus dos primeras temporadas teatrales.

* María Teresa Molares es miembro del Consell Polític de EU-Alacant