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Joaquín Rábago

Los necesarios Verdes

Es curioso: hace sólo unos meses algunos comentaristas daban por amortizado a los Verdes porque los partidos mayoritarios de Alemania habían incorporado a sus programas muchas de sus reivindicaciones.

Hoy, sin embargo, la cosa no parece tan segura y uno de los principales semanarios políticos germanos, Die Zeit, titula así uno de los temas de actualidad: "Con los Verdes, eso no habría ocurrido".

"Doce años de ausencia del partido ecologista del Gobierno y ¿dónde está hoy Alemania?", escribe el periódico refiriéndose a los desastres medioambientales de todo tipo que sufre el país.

Empezando por el escándalo en torno a los motores de diésel, siguiendo por las fuentes de energía más sucias como el carbón y unas explotaciones ganaderas cuyos residuos contaminan el aire, la tierra y las aguas subterráneas y que los Verdes no han dejado nunca de denunciar.

La industria automovilística, uno de los grandes pilares del sector exportador alemán, ha sabido utilizar en todo momento su enorme capacidad de presión sobre los sucesivos gobiernos de Berlín y de los "laender".

Lo ha hecho cuando han gobernado los socialdemócratas - el ex canciller Gerhard Schroeder fue uno de sus grandes valedores- y por supuesto también con cristianodemócratas y cristianosociales bávaros, mayoritarios en la actual gran coalición con el SPD.

Los liberales, sin representación actualmente en el Parlamento, al que, sin embargo, seguramente volverán en las elecciones de septiembre, han sido especialmente combativos a favor de la industria cuando eran socios de gobierno bien de la CDU/CSU, bien de los socialdemócratas.

Incluso hoy, alguien oficialmente "verde" como el actual jefe de Gobierno del Estado federado de Baden-Württemberg, Winfried Kretschmann, es un gran defensor del sector automovilístico, para irritación del sector más izquierdista de los ecologistas.

Mucho de eso se explica por el hecho de que la capital de Baden-Württemberg acoja la sede central de Mercedes. La de la BMW está en Baviera, feudo de la CSU. Y Schroeder fue, antes que canciller federal, jefe de Gobierno de Baja Sajonia, "land" con fuerte participación en el accionariado de Volkswagen.

La autocomplacencia de tan poderosa industria y la excesiva tolerancia de la clase política explican que, en lugar de impulsar a tiempo el cambio al motor eléctrico, los fabricantes germanos hayan seguido apostando por los de combustión interna, incluido el diésel.

Y que manipularan los resultados de las emisiones de este último tipo de motores, que vendieron como los menos contaminantes, recurriendo en ocasiones al engaño para cumplir las normas medioambientales y sin que pareciera importarles la salud de los ciudadanos.

A lo ocurrido con la industria automovilística se suman los vaivenes gubernamentales en política energética desde que en 2000, la coalición socialdemócrata-verde que presidía Schroeder decidió el cierre progresivo de las centrales nucleares del país.

Porque diez años más tarde, otra coalición de gobierno, esta vez de cristianodemócratas y liberales, sometida a fuertes presiones por parte de la industria nuclear, decidió revisar esa decisión.

Sin que ahí terminara la cosa porque, tras las elecciones de 2013, bajo el impacto de la catástrofe nuclear de Fukushima y con los socialdemócratas en lugar de los liberales en el gobierno liderado por la canciller Angela Merkel, se volvió al plan de cierre inicial.

Es cierto que los Verdes alemanes han perdido mucho de su frescura original, que siguen divididos entre fundamentalistas y pragmáticos y que propuestas tan estrambóticas del primer sector como la de proponer en el programa electoral un "día vegetariano" les han restado popularidad.

¿No sería hora, sin embargo, habría que preguntarse, de que el movimiento ecologista cobrara otra vez fuerza y no ya sólo en Alemania, sino también en países que tanto lo necesitan como es el nuestro?

Con una izquierda que en materia de productivismo apenas se ha distinguido nunca de la derecha, corre seriamente peligro el futuro del planeta.

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