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¡Mariano, qué fuerte!

Los señorones feudales siguen altivos con su derecho de pernada, con su patente de corso y su justicia amordazada y no precisamente a la altura de los ojos

Y sigue rodando y rodando el ruedo ibérico al son de los campanilleros, las astracanadas, la misa de una, la muñecona andaluza, el carnaval y el torito de felpa. Que esto es España, oiga, y no reparamos en gastos ni en gestos para que siga todo igual, para que España siga siendo el cortijo de cuatro pincha uvas. Los señoritos siguen repeinándose con gomina y untándose la cara con Floïd. Los señorones feudales siguen altivos con su derecho de pernada, con su patente de corso y su justicia amordazada y no precisamente a la altura de los ojos. Sigue el erial patrio en manos de unos pocos, siguen sodomizando al jornalero, al trabajador y arramblando con todo. ¡Milana, bonita! Porque siguen salvándose el culo bendecidos por la caspa y el usted no sabe con quién está hablando.

El señor feudal, Mariano, entró, caballero en su blindado coche oficial, rodeado de lacayos con Ray Ban y pinganillo, por las caballerizas, por donde entraban todos los señores feudales que en el mundo han sido a vilipendiar y ultrajar doncellas. En este caso, Mariano iba a follarse por enésima vez a la democracia con respiración asistida y mamporreros al avío. Ya es fuerte que el presidente de un gobierno tenga que sentarse a declarar por los trapicheos, escarceos, mamoneos y otros meneos de su propio partido, el que gobierna el país, ya es fuerte que los privilegios le lleven a sentarle a la altura del tribunal para que se note lo menos posible que es uno más del clan que se sienta en un banquillo, aunque sea de testigo, ya es fuerte que tengamos que soportar que el que nos gobierna no sepa nada de nada de lo que se cuece en su casa, como para enterarse de lo que se cuece en la casa del ciudadano, o en el puente o en el cajero tapado con cartones y un cartoncillo del Tío de la Bota para quitarse las penas sino que, además, tenemos que soportar que luzca arrogante, que se burle de los magistrados, que la befa, la mofa y la mala baba sea parte de su autodefensa. «Su reflexión es poco brillante». ¿De qué te ríes, Mariano? Que tienes a medio país hipotecado, desahuciado, encabronado, trabajando por cuatro perras, eso el que trabaja y chitón que gracias a ti no podemos decir ni ¡ay! porque nos echan a la puta calle.

El presidente entró en la audiencia con ganas de demostrar su poderío, mucho aparato de manos despendoladas y mirando al tribunal con cierta displicencia. Entró con el guion preparado y con el mandato de no soltar ni un «no me consta», ni un «no lo recuerdo». Al principio lo recordaba todo, con fechas incluidas, hasta que el bizqueo empezó a traicionarle, como siempre y la amnesia y la ignorancia hicieron aparición. Eso lo llevaba doña Espe. Coño, de qué me suena. El presidente se había venido abajo y convertido en infanta.

El presidente del tribunal, el mamporrero mayor, señor Hurtado, le salvaba la jeró a Mariano cada cinco minutos y tapaba la boca de los magistrados de la acusación con el mantra de la pregunta no pertinente. Esa pregunta es no pertinente. Siguiente pregunta. Vamos, rápido. No pertinente. ¡Cállese! Siguiente pregunta. Venga, que tengo las alubias en el fuego. Y la cosa fue una suerte de maratón para que el marrón de Mariano se fuera volviendo ocre tirando a blanco nuclear. Claro, alguno de los togados, con buen criterio, llegó a decirle sobre poco más o menos que si de lo que se trataba era del desgobierno turbio del PP en cuestiones económicas y que cada vez que se tocaba la economía la pregunta era no pertinente, a qué carajo habían ido. Pues a darle un chapuzón a la cara de Mariano, que parece usted tonto. Captura de pantalla, pantallazo con los apuntes de Bárcenas. Oiga, presidente, que usted está aquí. ¿Tenían entre ustedes alguna malquerencia para que el tesorero le hubiera incluido por el simple hecho de hacerle daño? Antes de que el señor Hurtado declarara la pregunta no pertinente le dio a Mariano tiempo a decir que no. De pronto un apagón del sonido nos deja un cuarto de hora sin escuchar al impertinente Hurtado y al «pertinente» Mariano. Una chapuza más en un mar de chapuzas. En uno de sus mensajes de ánimo al señor Bárcenas usted dijo: «Sé fuerte, Luis. Hacemos lo que podemos» ¿Qué significa hacemos lo que podemos? «Hacemos lo que podemos significa exactamente lo que significa: Hacemos lo que podemos» Ahí ya Mariano empezó a ser Mariano y mucho Mariano. La charlotada iba tocando a su fin. Turno de abogados. Dos intervenciones desleídas. A ver, segunda fila, ¿alguna pregunta? Tercera fila ¿alguna pregunta? Pues hale, cada puta a su parroquia que se me queman las alubias. Y se acabó.

Mientras media España, con cara de estupor intentaba recuperarse de semejante embeleco, de la gran patraña, la otra media se atusaba la gomina. Que no, don Antonio, que una de las dos Españas no ha de helarte el corazón, una de las dos Españas ha de darte por la retambufa sin mayores miramientos y con la ayuda de mamporreros de alta gama. ¡Milana, bonita!

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