Es evidente que los países también se suicidan, sobre todo si hay asesinos que aceleran el proceso. Quién iba a pensar que sesenta años después, Venezuela, la nación que durante muchos años era un ejemplo de democracia, cuando abundaban las dictaduras en Centro y Sur América, acabaría sufriendo los horrores de una tiranía.

Hasta finales de 2015, cuando cayeron los precios del petróleo, Venezuela pudo sostener la ilusión del socialismo del Siglo XXI, de ahí en adelante en una suerte de temible «striptease», el chavismo se fue despojando de las últimas formas democráticas que aparentaba. Este domingo pasado, mientras hacía fila para votar en el plebiscito, fue acribillada Xiomara Scott, una humilde enfermera de la populosa barriada de Catia. Fue un fusilamiento emblemático, de los tantos ejecutados en estos años por los matones de Maduro, llamados colectivos, paramilitares y delincuentes, al estilo de los Tonton Macoute de Duvalier, cuando aterrorizaban a los haitianos. Son asesinatos selectivos, premeditados y ordenados para intentar atemorizar a los manifestantes, especialmente en las áreas pobres de las grandes ciudades, donde más temen que pueda originarse la inquietante explosión social.

Dirigido a esos pocos dirigentes españoles que se niegan a ver, porque se lo impide su esclavitud ideológica, sepan que el día a día de Venezuela son los allanamientos forzosos, el secuestro de manifestantes, los disparos contra viviendas; ya no quedan formas democráticas que guardar, es la represión pura y dura. A la violación de la inmunidad parlamentaria de diputados, a las torturas y el enjuiciamiento militar de civiles le acompaña la censura descarada de medios de comunicación y las confiscaciones. Venezuela es un país semidestruido, tanto material como moralmente. Es un país en muchos sentidos arruinado. A pesar de que aún queda el perfil del otrora país más pujante de Hispanoamérica, los servicios públicos, las vías de comunicación, hospitales y edificios públicos, están al borde del colapso y temas tan preocupantes como el agua potable, seriamente contaminada con aguas sin depurar, se enlaza con la desnutrición y la insalubridad y son causa de las víctimas intangibles que va costando esta locura, este error histórico.

Sin embargo, hay un país que se resiste a la dominación. Es la clase media y los jóvenes los que no se resignan y que sacan todas sus fuerzas para protestar. La que enarbola una narrativa de libertad y reconstrucción nacional. Es la generación de jóvenes, el bravo pueblo que nos ha sorprendido en su lucha callejera. Es la que ha logrado que por fin la Asamblea Nacional invoque formalmente el artículo 350 de la Constitución que dice: «El pueblo de Venezuela,... desconocerá cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe los valores, principios y garantías democráticas o menoscabe los derechos humanos».

Es indudable que está próxima la «hora cero», que se traducirá en nuevas huelgas y marchas para terminar de nombrar al Gobierno de Transición que facilite a la Asamblea y a la Fiscalía solicitar formalmente al Ejército la expulsión del poder del gobierno usurpador, léase Maduro y su secuaces. En este momento se desarrollan intensas negociaciones nacionales e internacionales para lograr una salida pacífica. Sin embargo, hay que tener en cuenta que Venezuela está siendo gobernada por delincuentes y violadores de DD.HH., atrincherados en un sector radical del Ejército, especialmente la Guardia Nacional, las milicias y los grupos paramilitares, que están dispuestos si fuese necesario a ir a una guerra civil.

¿Qué ocurre con el Ejército y las fuerzas democráticas de la oposición?: el Ejército venezolano es como el país en miniatura. Los soldados y sus familias viven las mismas tragedias que vive el país. Sin duda una parte de ese Ejército, sobre todo los mandos medios, esperan actuar en el momento oportuno para restablecer el hilo constitucional. Ese momento parece acercarse, con la celebración de la «Gran Bufonada», o sea, las elecciones para instalar la Asamblea Nacional Constituyente, en clara violación de la Constitución y con unas reglas electorales tan amañadas e ilegales que sería imposible para la oposición obtener una mayoría de constituyentistas, a pesar de que según todas las encuestas tiene al menos un 70% de aceptación.

La oposición y la comunidad internacional se han opuesto categóricamente a esta Asamblea Constituyente, y en caso de instalarse, estimo que la participación del Ejército será definitoria. Respecto de la oposición, ocurre que hoy la sociedad civil cuestiona cada vez más, las acciones de la MUD (Mesa de la Unidad Democrática) que no es más que la coalición de la mayoría de partidos políticos de la oposición. Una buena parte de la sociedad civil, léase la resistencia o los manifestantes, que se entienden parte de la MUD, no están dispuestos a aceptar más negociaciones con el Gobierno, que ha demostrado no respetarlas. Ellos proponen fijar los términos de la salida de Maduro y la convocatoria a elecciones generales adelantadas, con un nuevo Tribunal Supremo de Justicia y un nuevo Consejo nacional Electoral. Hay quienes afirman que esta ala radical de la oposición pretende cohabitar en un futuro con los restos del chavismo. De ahí la importancia de los intentos del partido de Leopoldo López, Voluntad Popular, para intentar conciliar estas divergencias dentro de la MUD.

Este es el dilema, una dictadura a la que se le acaba el margen de maniobra y se comienzan a concentrar en la retirada. No excluyamos que puede actuar como una fiera acorralada, porque el chavismo es como una serpiente de cien cabezas y en cualquier falso movimiento, se pueden complicar las cosas. Y enfrente una reacción popular nos hace tener esperanza en que surja una mejor sociedad, que deje atrás las distorsiones de la Venezuela «saudita» de los años setenta y se convierta en la Venezuela post petrolera que pueda diversificar su economía y liberarse del populismo.