Nuestro ego, en su acepción más coloquial, es el encargado de sobredimensionar la autoestima personal y, de esa forma, ensalzar todo aquello que hacemos. Para algunos estudiosos de la autoayuda, como el autor chileno Iván Durán, se convierte en una auténtica herramienta de fagocitar la identidad humana, en su afán mayúsculo de hacerse notar por encima de cualquier otra cosa. Una persona normal que deja su ego a su libre albedrío podrá mostrar diferentes facetas en función de los intereses y momentos de su vida, pudiendo ser un bondadoso amigo o un feroz y despiadado enemigo.

La exclusividad es una de las metas de nuestro ego. Sentirse único es uno de los atributos fundamentales de la autoestima superlativa, que puede derivar en diferentes tipos de comportamiento asociados a ella. Cuando desarrollamos un trabajo para el que nos hemos estado preparando exhaustivamente durante años, nuestra percepción suele ser positiva y llegamos a sentirnos imprescindibles para ese trabajo, pensando soterradamente que nadie podría ocupar nuestro lugar. Con el tiempo, y sobre todo cuando nuestro ego se relaja, somos plenamente conscientes del error en el que estamos sumidos, y reconocemos que puede haber otras personas que superen la pericia del trabajo que realizamos.

Posiblemente donde más se agudiza la exclusividad es en el amor. Una pareja que se ama desarrolla inmediatamente un sentimiento de pertenencia mutua que impide que otros interfieran en su relación, protegiendo el amor como algo insustituible. Quizás ahí es donde la exclusividad cobra mayor empaque y consistencia. Pero la gran reflexión se establece cuando, por pautas culturales, se confunde o se funde amor y sexo, dando un vuelco a la concepción de unicidad en los dos sentidos, siendo el amor la realidad insustituible.

El ser humano está diseñado para ser único, pero la exclusividad en la convivencia y en la vida es una construcción social. Cualquier persona con independencia de su credo, ideología o condición social, se sentirá plenamente satisfecho si es tratado de forma preferencial con referencia al resto. Todos los que consiguen un estatus superior, no renuncian a determinados privilegios de exclusividad aunque vayan en contra de sus creencias o ideas. Ejemplos los tenemos a miles entre los políticos, juristas, religiosos y un larguísimo etcétera. La exclusividad aumenta el ego y esa asociación consigue que una persona se transforme en otra cambiando su forma de pensar y de ver la realidad.