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Un cura en escabeche

Se está marchando julio y aquí seguimos, amarrado al escritorio y a la computadora, guarecidos junto al aire acondicionado y viendo turistas

pasar por las ventanas de la redacción. O sea, queremos decir que a través de las ventanas los vemos pasar, no que se paseen por las

ventanas. Estaría bueno. Además es sólo una. Una ventana. No sé para qué digo ventanas en plural. Las ventanas tienen por sí solas una columna, un artículo. Incluso un soneto. Un soneto ventanil. Ventanas. Las hay que van a dar al mar, que son mis favoritas. Por una ventana puede entrar la esperanza pero también es el lugar idóneo para tirarse uno y acabar con cualquier problema. Ventanas de Manhattan es un libro muy recomendable de Muñoz Molina. Yo lo leí en un vuelo a Nueva York. Tal lectura hizo que me olvidara de que iba más incómodo que un cura en escabeche.

Julio tiene la virtud de que te hace aún albergar expectativas. Las expectativas se albergan en el albergue vital de uno, que a veces se parece a un hotel de cinco estrellas pero en ocasiones está en la ruina total como un ajado y perdido hostal de mala muerte. En julio no hay aún

coñazos de anuncios sobre la vuelta al cole, ni en los grandes almacenes te han escondido los bañadores, cosas que sí hacen en cuanto da el

quince de agosto. Los día son aún larguísimos, lo cual en nuestro caso es esencial: sale uno de trabajar a las nueve y pico de la noche pero

aún es de día. Y se puede exclamar: salgo de trabajar de día. Esa exclamación no tiene más destinatario que uno mismo. Y uno mismo la

recibe con una mezcla de alborozo, cansancio, calor y ganas de llegar al sofá, propósito que en ocasiones se tuerce ante la afortunada frase de

un compañero. Esa que dice: vamos a tomar una cervecita. A mí, más que la cerveza lo que me seduce es el diminutivo. Lo de cervecita le quita

importancia pero a la vez se la da. Sugiere, e impele, a un acto leve, no grave, ni gravoso, ni pecaminoso. Si hay suerte ponen aceitunas o

almendras y a uno esa mezcla de la brisilla en la cara a la vez que el líquido pasa por la garganta y se raja de la empresa, le da como un

gustillo interesante sin llegar a ser orgásmico, que tampoco hay que pasarse. En julio, beber, sudar y el fresco en balde buscar.

Julio se está marchando y aquí está uno, presto a abrazar agosto. No hay más remedio. Sí hay más turistas. Se cuentan por miles y miles.

Bienvenidos sean. Se ven a través de las ventanas. Son libres en su deambular. A lo mejor van buscando cervecitas. O van al aeropuerto,

donde la mayoría de vuelos tienen como destino la rutina. Si es que no llegan hechos puré. En escabeche.

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