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Joaquín Rábago

Locura identitaria

No se me he olvidado algo que me sucedió hace ya muchos años en un viaje por el norte de Finlandia, en una época en la que no era tan fácil como ahora encontrar fuera a jóvenes de nuestro país.

Estaba alojado en un albergue de la juventud y a alguien se le ocurrió presentarme a otro muchacho como yo que pernoctaba también allí y tenía, a juzgar por el pasaporte que había presentado, mi misma nacionalidad.

"Hola, compatriota" se me ocurrió decirle a modo de saludo, a lo que aquél respondió con una especie de gruñido: "Yo no soy tu compatriota. Soy de Euskadi". Fue toda nuestra conversación.

Recuerdo la mezcla de estupor e indignación que me causó escuchar aquel despectivo comentario a tantos kilómetros de distancia de la península.

Cuando, muchos años después, me tocó vivir algún tiempo en la capital estadounidense, recuerdo haber sentido mucha más afinidad con cualquier europeo, aunque fuese escandinavo, que con el estadounidense medio.

Compartíamos muchos más intereses, teníamos parecidas opiniones no sólo sobre la sociedad norteamericana sino sobre el mundo en general: éramos y nos sentíamos en definitiva europeos.

El sentido de pertenencia, las identidades son como círculos concéntricos, capas que se superponen sin excluirse, sin anularse, sino que enriquecen por el contrario al individuo.

Pienso siempre en todo eso cuando leo en Berlín las noticias sobre lo que sucede en Cataluña, ese trozo de España donde no deja de crecer el desapego hacia el resto del país.

Uno puede entender el rechazo que allí produce la torpe gestión, por llamarla de algún modo, del Gobierno del Partido Popular: su total incomprensión de Cataluña, su machacona insistencia en que la Constitución y la ley están ahí para cumplirlas.

Pero lo que de ninguna manera se entiende es el substrato racista de muchos de los comentarios que hacen allí algunos para referirse a quienes no han tenido al parecer el privilegio de nacer en esa tierra.

Cuando desde la política se somete a una colectividad a un constante bombardeo con el fin de demostrar el orgullo de pertenencia a un grupo supuestamente homogéneo y superior a otros, el resultado está a la vista.

Los nacionalistas catalanes, desde Heribert Barrera hasta Jordi Pujol y sus sucesores del momento, se han prodigado en comentarios despectivos y con frecuencia racistas sobre los otros españoles.

Y se han cebado especialmente con las gentes del Sur, "hombres poco hechos porque hace siglos que pasan hambre y viven en estado de ignorancia y miseria cultural", según los describió uno de ellos.

¿Se conseguirá acabar con tanta irracionalidad, con tanta locura identitaria? Desde luego que no con simples apelaciones a un supuesto "sentido común", que volvería innecesaria la acción política.

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