La conmemoración, en este año 2017, del setenta aniversario de la celebración oficial de las «Fogueres de Sant Vicent» es un buen motivo para reflexionar, desde una perspectiva global, sobre sus orígenes socioeconómicos, características, evolución y su relación con el modelo de ciudad y su futuro.

Si la fiesta patronal sanvicentera era una expresión de una estructura económica agraria y rural, la fiesta de les Fogueres expresa el cambio socioeconómico hacia la industria y la urbanización, la cual se consolida entre los años 20 y 30 del pasado siglo. El calendario laboral deja de ser exclusivamente agrario y pasa a ser industrial. Las «Fogueres» representan el cambio y la «modernidad».

De ahí que el nacimiento de las Fogueres, denominadas Fallas al principio, lo podemos situar en la referida década de los años 30 del pasado siglo. A imitación tanto de Alicante como de Valencia y no se puede separar su nacimiento del contexto en el cual nacen, no sólo la industrialización y la urbanización, sino también el movimiento republicano y un inicial carácter de fiesta «laica». Si las fiestas patronales eran «cívico-religiosas», las fiestas de fallas u hogueras son simplemente fiestas.

Son unas fiestas de verano, ocupan la pausa en un calendario laboral industrial y de servicios. La intención de los promotores es separarlas de las fechas de celebración de otras fallas u hogueras. Tanto de Valencia como de Alicante. Podían haberlas hecho coincidir con ellas en marzo o junio. El utilizar la fecha festiva del 18 de julio obedece a un sentido pragmático de aprovechar un día de fiesta; no tiene otra connotación. Ahora el día grande es un domingo de la segunda mitad de julio.

La guerra supone, obviamente, un paréntesis en su evolución. Se recuperan ya a finales de la década de los años 40; concretamente de manera oficial en 1947. Y ese renacimiento representa no tanto una recuperación económica, pero si una cierta «normalización» de la actividad como demostrarían las cifras de población activa en el sector industrial en esos años.

Los «llibrets», como el habla coloquial, reflejan el nombre de fallas con el que se denomina a los monumentos. Es curioso que en la portada del «llibret oficial» aparezca la expresión «Hogueras», mientras que en el programa de actos la denominación exclusiva es la de «Fallas». Por ejemplo, en el de 1957, hace ahora sesenta años, el programa anuncia el comienzo de las «tradicionales Fiestas Falleras», y en su momento, «la Cremá» de las «fallas».

En el diario INFORMACIÓN, de fecha 18 de julio de 1967, hace ahora cincuenta años, en su página 17, información de la provincia, recoge una crónica sobre «la festividad de las fallas» con el titular «San Vicente. Comenzaron las fiestas. Hoy "cremá" de las Fallas». Cuando anuncia el programa de las fiestas, en su último día nos dice: «a las 24 horas "cremá" de las hogueras, ?quemándose la última aquella falla que haya obtenido el primer premio» (sic). Como vemos se utilizan las dos definiciones.

Llegados a la actualidad, las «tradicionales fiestas falleras» han perdido parte de su esencia original y, por tanto, de su identidad. Su evolución, como ya dijimos cuando analizábamos las fiestas patronales y de moros y cristianos, nos indican la evolución socioeconómica del municipio y, por tanto, de su modelo de ciudad. Su nacimiento expresaba un cambio.

El «hecho festero» refleja el «hecho sociológico» y nos indica la ciudad que estamos contemplando. El marketing