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Juan R. Gil

Winter is coming?

Los socialistas están llamados hoy, en las que serán sus cuartas primarias desde 2014, a decidir si renuevan su confianza en Ximo Puig o abren una crisis de la que no existen precedentes a los dos años de recuperar el Consell

En lo que ya empieza a parecer más vicio que virtud (desde 2014 es la cuarta vez que se celebra un proceso de este tipo, sea para la secretaría federal o para la nacional) los militantes del PSPV están convocados hoy a las urnas para elegir en lo que llaman primarias al líder de su partido. Dado que el aparato de Madrid ha decidido que el lugar para hacer experimentos con champán es la Comunidad Valenciana, y ha promovido la presentación de un candidato cuyas aspiraciones eran desconocidas hasta hace apenas unas semanas, a lo que realmente están llamados los afiliados es a decidir con su voto si quien nos presentaron a los ciudadanos como el mejor que tenían para gestionar los intereses generales, nuestros intereses, es también el que ellos creen más capaz para gestionar los suyos propios, los de su partido. El mero hecho de que se lo cuestionen a mitad de legislatura ya resulta por sí mismo un sinsentido notable, y no sé si también una traición al electorado que les dio su voto y, con él y mediante pactos, les permitió desalojar del gobierno al PP, que llevaba en el poder desde 1995.

No se entiende, o se entiende mal, lo que están haciendo los socialistas en la Comunitat contraponiendo a estas alturas en unas primarias al actual jefe del Consell, Ximo Puig, con el alcalde de Burjassot, Rafael García. El cuento de las supuestas bondades de la bicefalia no se lo traga nadie, porque para que fuera creíble tendrían que haber anunciado que Pedro Sánchez no va a ser el candidato a la presidencia del Gobierno puesto que acaba de ser elegido secretario general. Y el de que, derribando a Puig como líder del partido no se afecta su posición como president de la Generalitat tampoco cuela, de tan evidente como resulta para cualquiera que si Puig hoy pierde nada será igual en el Consell mañana. Enfatizar las obviedades, como algunos andan haciendo estas semanas, no sirve para explicar lo que ha ocurrido ni por qué ha ocurrido. Pues claro que el PSPV y sus militantes tienen legitimidad para escoger a sus dirigentes como mejor les plazca, faltaría más. La cuestión es que la legitimidad no es un absoluto cuando un partido gobierna, porque hay otros vectores que necesariamente tienen que tenerse en cuenta como la oportunidad y la responsabilidad, por citar solo dos. Pero sobre todo, porque un partido que gobierna tiene que mirar obligatoriamente hacia fuera, hacia los ciudadanos, y no contemplarse tanto el ombligo.

No. Aquí lo que hay es una vendetta, la de Sánchez y Ábalos contra Puig, que no tiene nada que ver con el amejoramiento del PSPV ni de sus militantes. Y un intento de cambiar las piezas a mitad de partida, porque si Puig saliera hoy derrotado tampoco sería el candidato socialista a la Generalitat en las próximas elecciones autonómicas. Pretender ponerle épica a eso es, sencillamente, tomar por menores de edad a los ciudadanos, que son los que pagarían los platos rotos de la crisis producto de la jugada. Porque a Puig le quedan dos años de presidir a todos los valencianos, pero a estas votaciones solo están convocados unos cuantos, los que tienen carné y pagan cuota.

Podría entenderse todo, si de verdad hubieran dos formas de ver el PSPV nítidamente diferenciadas. Pero no es el caso. Cuando quienes respaldan al candidato Rafael García dicen que quieren acabar con un partido que toma las decisiones entre cuatro en una mesa camilla, parecen querer hacernos creer que su alternativa la han construido fuera de los cenáculos, que no hay ningún poder tras ellos, que no se han conjurado cuatro en ninguna reunión, que todo ha sido un movimiento espontáneo. Por otra parte, el partido que nos ofrece García es, si cabe, más antiguo que el que hoy impera. Porque de su discurso se desprende que entiende al partido como un fin en sí mismo. Los viejos del lugar ya sabían el dogma clásico de que el partido solo es un instrumento para cambiar la sociedad. Pero en este mundo hiperconectado, ese ideal pasa menos que nunca por una organización ensimismada. En tiempos donde la relación ya puede ser directa entre líderes políticos y electores, lo que un partido que quiera mantenerse a la vanguardia tiene que conseguir es convertirse en el cauce a través del cual esa conexión se establezca y resulte provechosa, para lo cual el camino no es darle más poder a los militantes (que ya lo tenían, y que siguen de todas formas agrupándose en torno a clanes), sino empoderar de verdad a los votantes, que son el fiel del éxito o fracaso del proyecto.

Pero decía antes que no sabíamos hasta hace apenas unas semanas que el alcalde de Burjassot quisiera renegociar el pacto del Botánico que dio la presidencia de la Generalitat al PSPV, ni que contemplara poco menos que un error gobernar con Compromís, como si se pudiera haber hecho otra cosa, o que considerara a Puig el hombre que obtuvo «los peores resultados de la historia del PSPV» y a Sánchez «un líder», a pesar de que Sánchez también ha cosechado por dos veces los dígitos más pobres de la historia del PSOE y, encima, no ha logrado gobernar. No estoy entrando en si se han hecho las cosas bien, mal o regular. Digo que las contradicciones son sonrojantes pero, sobre todo, que nadie sabía hasta hace muy poco lo que pensaba al respecto el alcalde de Burjassot porque, a pesar de ser miembro del comité nacional del partido, no le habíamos oido decir buenos días. Se habrá caído del caballo camino de Ferraz, tal que Pablo cuando se dirigía a Damasco.

El PSPV tiene que rearmarse, sí. Para eso tiene un congreso. Este domingo lo que los socialistas se están jugando no es eso, sino buena parte de sus posibilidades de seguir al frente del gobierno después de 2019. Que Puig siga como secretario general no lo garantiza, pero la lógica política indica que derribarlo del liderazgo orgánico, desestabilizar el Consell y debilitarlo a él como presidente de todos los valencianos reduciría dramáticamente las opciones de los socialistas. Entre otras cosas, porque en estos momentos la «marca Puig» tiene una mejor valoración en la sociedad que la del PSPV como partido, quieran verlo o no. Esta madrugada comienza a emitirse la penúltima temporada de la serie más vista de todos los tiempos, Juego de Tronos. Es curioso cómo, en tan poco tiempo, los políticos españoles han pasado de babear por Borgen (la ficción escandinava sobre la política de pactos) a ser los más fieles seguidores de la sangrienta saga de Martins, de la que Pablo Iglesias se confiesa fan acérrimo. En los nuevos episodios, el invierno ya ha llegado a los Siete Reinos. En el PSPV deciden hoy si el invierno solo se estaba acercando, o entran de lleno en él. La última vez que optaron por lo segundo, tardaron veinte años en volver a disfrutar de la primavera.

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