Los conspiradores que sueñan con una legislatura corta deben tomarlo con calma. Los que en el Partido Socialista auguran que el «segundo» Pedro Sánchez durará poco más de un año, pueden acabar sufriendo mucho. Los que íntimamente optan a la sucesión de Rajoy en el PP es bueno que sigan agazapados. Hay Rajoy y Sánchez para largo rato, salvo acontecimientos imposibles de prever ahora. «En la entrevista Rajoy-Sánchez en Moncloa no hubo acuerdo alguno, ni siquiera sobre Cataluña. Solo hubo coincidencia, y aún poco explícita, en que a los dos les conviene ganar tiempo», estima uno de los diputados mejor informados.

Rajoy sabe que la economía va a mejor -el BBVA prevé un crecimiento del 3,3 por ciento del PIB para este año- y nadie con cabeza quiere entorpecer esa tendencia. Cada día que pase, menos malestar social y más lejos del tsunami judicial por la corrupción, aunque el PP tiene, al parecer, despensa para alimentar casos judiciales por un buen tiempo. Sánchez, entretanto, quiere rehacer su partido, muy dividido tras el proceso electoral interno. Lo hace de momento con más fumigación que diálogo - Isabel Rodríguez fuera de la dirección del Grupo parlamentario, Antonio Hernando de la Diputación Permanente, etc- y con el poco tacto de los momentos posteriores a las batallas fratricidas. A la expresidenta del PSOE, Micaela Navarro, la quisieron degradar de vicepresidenta del Congreso a secretaria de la mesa, pero no repararon en que eso no es decisión de partido sino que debe votarlo toda la cámara. Frenazo y marcha atrás.

Pero Sánchez se mueve bien en el volcán de Cataluña y, aunque Susana Díaz le plante cara en los textos del Congreso andaluz a cuenta de la España plurinacional, en la Barcelona convulsa de una Generalitat cuesta abajo y sin frenos, se agradecen sus gestos de concordia, que no se detectan, por cierto, en el Gobierno. No es previsible por el momento un vuelco en la intención electoral en Cataluña pero el PSC ha iniciado una discreta remontada. Y sobre todo esa recuperación podría llegar en unas eventuales elecciones generales, gran regalo porque el PSOE nunca ha ganado en España sin obtener buenos resultados allí y en Andalucía.

Entretanto, en el Congreso de los Diputados la vida discurre sin acuerdos más allá de los Presupuestos y el techo de gasto. No es poco, desde luego, pero, más que acuerdos políticos, son más bien transacciones comerciales con el PNV y los canarios, además de concesiones en reformas a Ciudadanos, que a saber si se acordará el electorado de agradecérselo. El último, la exención de declaración de la renta a los que ganen menos de mil euros mensuales.

Si se repasa el medio año que llevamos de legislatura se apreciará que solo se han aprobado por unanimidad dos asuntos: lo relativo a la mejora de los autónomos -de nuevo a iniciativa de Ciudadanos- y la elección del Presidente de RTVE por más de dos grupos parlamentarios. La unanimidad es bien sencilla de explicar: el PP no estaba por la labor pero no quiso al final quedar aislado oponiéndose en solitario y sin poder evitarlo.

Con ese panorama, la sociedad civil tiene derecho a sulfurarse. No se divisan mayorías para aprobar de una vez leyes por consenso, pactos de estado en Educación, Sanidad, Justicia, Ciencia, plan de reindustrialización y tantos otros asuntos en los que son imprescindibles reformas para seguir avanzando. El Congreso está perezoso por lo que, en palabras de Iñaki Gabilondo, «la sociedad civil debe recordar a los políticos su enorme capacidad transformadora». Fueron capaces de hacerlo en la Transición y deberían ahora hacerlo. Pero si no hay una fuerza popular que se lo imponga y si no temen un coste electoral por su parsimonia, los demandados pactos de estado para solucionar problemas seguirán lejos de alcanzarse. «Estamos en fase diagnóstico», es la respuesta más común cuando se pregunta a Sus Señorías por el Pacto de Educación, que parecía adelantado. Y ahí siguen. Ahora llega el verano y después un otoño sin demasiadas perspectivas.