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Manolo Alarcón

El examen

Todos los que me precedieron me lo advirtieron pero hasta que no escuchas esa frase de: « Arranque, ponga el intermitente y salga», no te das cuenta de que, es cierto, las piernas han comenzado a temblarte -¿será porque te llaman de usted?-. Tenía 20 años, me pagué las clases y aprobé a la primera, lo cual no tuvo gran mérito porque hice unas quince maniobras para aparcar sin conseguirlo. «Te ha aprobado porque el coche no se te ha calado», me dijo con pericia mi profesor. Y ese día, que nunca se olvida, entras de lleno en la sociedad del consumo: tienes que comprarte un coche (de segunda mano, claro está), pagar impuestos, gasolina de 500 en 500 pesetas y afrontar a corto plazo un sinfín de reparaciones por un vehículo que nunca conoció el aire acondicionado. Y eso era madurar. Hoy los tiempos han cambiado. Los chavales acaban la Selectividad y ¡hala! todos los padres a pagar el carné corriendo. ¿El primer vehículo?, por supuesto uno arregladito. A ser posible, un SUV o uno de un familiar que nos dé garantías. Como mal menor, el de mamá. Y el novato pensará que el depósito es algo infinito porque siempre lo encontrará lleno. Y ese mismo hijo que nos ha repetido antes y hasta la saciedad eso de que « él no bebe», ahora va a tener esa responsabilidad que es llevar personas sin llevarte peatones y/o ciclistas por delante... ¡Qué cruz!

Por cierto, yo lo que quería era hablarles de la huelga de las autoescuelas. Un sector que, por lo visto, no entiende de crisis porque no caben más aspirantes y sólo hacen falta más examinadores. ¿Será porque los hijos de los responsables de todo este lío tienen ya el carné?

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