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Toni Cabot

Estupor

Al igual que muchos, recuerdo, veinte años después, dónde me encontraba cuando escuché la noticia de la aparición de Miguel Ángel Blanco con dos tiros en la cabeza, pero todavía con vida. Permanecerá para siempre como un momento impactante que provocó encogimiento, una sensación punzante que vidrió los ojos, desató la lágrima, secó la garganta y bloqueó el cerebro. Varios días de tensión, rogando que, llegado el momento, apareciera una pizca de humanidad entre los secuestradores que les llevara a no apretar el gatillo, sirvieron para amontonar sentimientos convertidos horas después en toneladas de impotencia cuando, tras implorar con un desgarrador «Miguel Ángel, aguanta», conocimos que el joven concejal de Ermua había dejado de respirar. Siendo una muerte más, provocada por la sinrazón terrorista, no fue una muerte más. El gesto de media docena de ertzainas descubriendo sus rostros, quitándose el pasamontañas para abrazarse y calmar a una multitud dispuesta esa misma noche a asaltar la sede de HB en San Sebastián, dejó claro que, a partir de ese instante, muchas cosas iban a cambiar en el País Vasco, que vio marcado en ese bosque de Lasarte el punto de partida para perder el miedo. Hoy, aquella imagen queda ensombrecida por el estupor que provoca palpar las reticencias, leer frases rebuscadas y comprobar maniobras para eludir el digno tributo que merece su recuerdo.

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