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Arturo Ruiz

El fuego que vendrá

Ojalá me equivoque, pero sé que estos primeros días de julio son los de antes del desastre; que hay en alguna comarca una masa boscosa que renació con el mundo nuevo de la primavera o un paraje erigido en refugio del privilegio impagable de las vacaciones de agosto que habrán ardido en otoño. Me llamaréis agorero, pero aquí sabemos demasiado del olor a tierra quemada y del ruido de los helicópteros al alba. Y sabemos que volverá a pasar. Bomberos y ecologistas han alertado de que viene un nuevo tipo de incendio: habrá menos fuegos pero serán más peligrosos y matarán más hectáreas a causa del cambio climático y el abandono de los montes. Ambos colectivos agregan que no sólo con agua se apagan las llamas. Se apagan sobre todo en invierno -antes de este julio en el que todo puede volver a pasar- a través de la planificación territorial, lo que quiere decir que ya no se pueden aceptar más urbanizaciones junto a los parajes porque incrementan la presión demográfica, disparan el riesgo de incendio y dificultan la extinción; y con políticas que vuelvan a hacer de montañas abandonadas durante décadas lugares vivos y prósperos, vigilados, rodeados de agricultura, con un turismo rural sostenible, con repoblaciones de especies autóctonas más resistentes al fuego. Y aún así, como sólo somos pobres seres humanos, jamás podremos conculcar del todo el riesgo del fuego, que al fin y al cabo azota las orillas del Mediterráneo desde hace milenios; pero sí decir la próxima vez que vuelvan a atronar los helicópteros: al menos hicimos todo lo que pudimos. ¿O no?

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