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Hasta los huevos

Se destapó el tarro de las esencias nacionalistas catalanas cuando uno de ellos se encabronó y vertió sobre las redes que «estaba hasta los huevos» de ser víctima. Lo dijo en catalán, que es el idioma vehicular para la supuesta independencia. Esa expresión malsonante, pero muy plástica, puede reflejar el que unos agiten el árbol y otros recojan las nueces. Expresión ya escuchada cuando ETA mataba en su proyecto totalitario, también nacionalista, también independentista.

Esa expresión de «estar hasta los huevos», es una expresión común y de barra de bar. ¿Cuántas veces no la hemos utilizado? Lo que pasa es que los que están hasta los mismísimos cataplines no son sólo los que quieren la independencia, es que somos el resto también.

Estamos hartitos de ver una escenografía vacua de urnitas vacías esperando el maná. El acto pornográfico del otro día, en el teatro, pecó de lo mismo que llevan haciendo desde que comenzaron la locura colectiva. Esa sobriedad del escenario con los llamados padres de Cataluña, esos que van a liberar al pueblo, con esas lucecitas enfocando unas urnas vacías en el centro del escenario, reflejan mucho la patología escogida. Si estos catalanes pata negra hubiesen tenido sentido de país, habrían encargado esa misma puesta en escena a Albert Boadella. Que la habría bordado, oiga. Eso sí que hubiese sido noticia internacional. Una especie de contradicción colectiva para arrancar a España el compromiso.

Allí habría estado Boadella con su humor grotesco, al estilo alcalde de Valencia, mezclando lo sustancial con lo pornográfico. Muy al gusto de Els Joglars. Porque esta bufonada, la de imponer un referéndum por «huevos», solo se puede digerir si la campaña la realiza gente con talento. Tanta sobriedad me abruma, y le quita chicha. Lo verdaderamente jugoso es que haya policía, mejor guardia civil, Moreneta, el caganer, un poco de mel i mató, el Barça y una gran bandera de las fetén.

Ché, y nosotros con estos pelos. Me recordó mucho a la escenografía de la misma semana en Corea del Norte. Un gordito dictador, que es una farsa en sí mismo, ensayando un lanzamiento de misil. El escenario era una mesa de campaña en el monte. Allí el gordito, sobre una silla con ruedecitas, para moverse bien en la arena, tenía varias pantallas de televisión unidas, como un guardia de seguridad de medio pelo. Unos grandes prismáticos para ver la salida del petardo. Y si se fijan ustedes bien, sobre la mesa había un walkie talkie, como si tuvieran que llamar a Protección Civil. O al loquero. Un mapa, como el que juega a batallitas, soportado en las cuatro esquinas por cuatro pesitas de vidrio. Y un cenicero, por si el jefecillo mamarracho le da por enchufarse un pitillo, mientras nos enchufa el cohete en nuestro culo.

Todo eso jaleado, como en el teatro catalán, por unos militares norcoreanos, que salen de una comedia barata italiana. Con esa sonrisa bufa, que ya la quisieran Els Joglars. Unos militares palmeros riendo la salida del misil con risas que acojonan. Porque aplauden y se ríen a la vez. Mientras, sumisos, miran al jefecillo enlutado con su traje de mandamás. Como el jaleo catalán.

¡Qué mal está el mundo capitaneado por el gran bufón Trump! Esto se ha caído. Los que verdaderamente estamos hasta la coronilla somos los que vivimos nuestra existencia con más pena que gloria, mientras contemplamos a todos estos actores secundarios copar los carteles de estrellas cinematográficas.

Se ha sustituido el intelecto por la escenografía, tal como hicieron los comunistas y los fascistas en Europa. Toda esa manera de aproximación al pueblo hace a la democracia más débil. Cuando no totalitaria. Es más fácil organizar una reunión en un teatro para pedir la independencia que solucionar los casos de dependencia entre nuestros mayores. Para trabajar, mejor de payaso, habrán pensado estos nuevos políticos.

El problema no es de ellos, es nuestro. En la medida en que votemos a juglares en vez de a ciudadanos, no podremos quejarnos de circo. Mañana te enchufan un misil, te organizan una manifestación, una paraeta militar, o un referéndum. Si, al final, se parecen mucho, porque el teatro fue inventado en Grecia y en Roma, y de eso hace mucho tiempo. Como para estar hasta los huevos de nuevos actores.

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