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Billete de ida o muerte

No vienen porque se les llame, vienen porque no tienen más remedio. Por eso, porque es su última esperanza, seguirán viniendo

Quien se sube a una patera no compra billete de vuelta. Lo hace a ida o muerte. No vienen porque se les llame, vienen porque no tienen más remedio. El hambre, la guerra, las violaciones, les empujan con más brío que el viento de levante, aunque este y sus oleajes sean una causa probable de fallecimiento. Por eso, porque es su última esperanza, seguirán viniendo, hasta que vivir en su orilla sea posible o hasta secar el mar con sus huesos, lo que ocurra primero.

"No esperaba la luz que se vinieran abajo los minutos/ porque distraía en el mar la nostalgia terrestre de los ahogados", dice Rafael Alberti en "El ángel de las ruinas". Alguna vez he meditado sobre esto, sobre la "nostalgia terrestre de los ahogados", y he intuido que la sorda letanía de las olas es en realidad una enumeración de nombres, la larga nómina de los sumergidos, que el mar repite para no olvidar a ninguno. ¿Cuántos cuerpos guarda en sus entrañas de agua? Al Mediterráneo le llevamos muy al día la contabilidad de los muertos como si fuese culpa suya ser profundo y a veces arisco y siempre temible. Lo estoy mirando desde una ventana que da a su orilla y realmente no parece el asesino en serie que es en realidad. Al contrario, viéndolo así diría uno que es incapaz de un oleaje y hasta de una mala marea. Ahora, en este preciso instante en que la mañana dobla la primera esquina, se le están durmiendo las gaviotas en el azul y parece despreocupado. Este mar al que van a dar nuestros ríos y nuestras vidas y nuestros versos de pie quebrado, la mayor parte del tiempo enseña una cara de lago doméstico, de estanque apacible, pero a veces se encabrita y de un solo golpe se lleva al fondo algunas almas. Hace nada más unos días, y de un sola ola, aportó cuarenta y nueve más en su cementerio salado.

Europa es un regalo del Mediterráneo, la arteria próspera de Occidente (como Egipto lo fue del Nilo según la conocida sentencia de Herodoto). Los de la orilla de enfrente, menos afortunados, se conformarían con poder mantener la costumbre de estar vivos. Por eso se la juegan para llegar a la ribera donde se come caliente al menos un par de veces al día, a la margen donde vivir es posible. Por eso se la juegan con un billete de ida para el paraíso, quede donde quede, ya sea sobre la tierra o bajo las aguas.

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