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Las barbas de tu vecino

Un partido, que no tiene apoyo suficiente en el parlamento para poder gobernar, consigue el apoyo de otro partido, este de ámbito local, a cambio de un sustancioso aumento de las trasferencias de fondos desde el Gobierno central a la región en la que aquel partido está implantado. Como la cantidad viene en libras (un millardo de libras esterlinas), el lector entenderá que no me estoy refiriendo a los acuerdos del PP español (y españolista) con el PNV (nacionalista vasco, como su mismo nombre indica, pero sin apresuramientos). Me refiero al incremento de las transferencias a Irlanda del Norte comprometidos por la primera ministra Theresa May a cambio del apoyo del Democratic Unionist Party (DUP, unionista como su mismo nombre indica) en los presupuestos, las posibles mociones de censura y determinados aspectos de las futuras tareas legislativas. La estabilidad está asegurada, aunque los nacionalistas escoceses y galeses protesten. El poder, no el «interés general», es lo que cuenta.

Vaya ahora un vistazo a la situación de un partido político en la oposición, por lo menos desde la perspectiva de algunos periódicos que suelo leer. Lo primero que salta a la vista es el consejo (consejo periodístico, por supuesto) que se le da: no se pase el día criticando al partido del gobierno si quieren llegar a ocupar su puesto en el habitual «quítate tú, que me pongo yo» que es la política, ya que lo que tiene que hacer es proponer alternativas creíbles y que lleguen al elector, es decir al ciudadano que vota (los que no votan son irrelevantes desde este punto de vista). Después está otra de las evidentes debilidades de dicho partido: el desfase entre sus bases más a la izquierda y la cúpula demasiado relacionada con lo que en Bolivia, en los años 50, se llamaba «la rosca», es decir, ese conglomerado de intereses empresariales, mediáticos y políticos por encima de los partidos. Ahí entra, además, la cuestión de lo que llaman «Estado profundo», o sea, el entramado de servicios y funcionarios que se mantienen mande quien mande y que, sobre todo en el terreno de los servicios secretos, pueden tomar decisiones o, por lo menos, orientar las de cualquier gobierno. Finalmente, aparece una debilidad que los electores no suelen perdonar: exceso de luchas por el poder interno, peleas en las cumbres del partido, conflictos y venganzas de la «férrea ley de la oligarquía» del partido.

No, no. Me estoy refiriendo al Partido Demócrata estadounidense, criticón de Trump sin ofrecer alternativas, demasiado cercano a Wall Street, es decir, de nuevo, a «la rosca» que decían en Bolivia, y enzarzado en peleas internas, Sanders incluido, asuntos todos ellos que, unidos a su minoría en el Congreso y el Senado, no auguran futuros electorales muy brillantes para dicho partido. Ya sé que usted ha pensado en el PSOE. De hecho, es lo que yo pretendía, aunque mi intención de fondo, como en el párrafo anterior, es ver hasta qué punto «en todas partes cuecen habas» porque en todas partes se refleja una situación parecida. Volviendo a la analogía, casi se podría decir que la crítica de los Demócratas al presidente Trump se convierte en una baza más al tuitero mayor del país, rechazado por tres cuartas partes de los encuestados en 37 países por el Pew Research Center, pero cuyos partidarios encuentran precisamente en esas críticas un argumento para apoyarle más fervorosamente. Aunque mienta como un descosido, casi una mentira por día según ha documentado el New York Times.

La política es eso: ganar votos para después olvidarse de los electores en aras de la «gobernabilidad», el «sentido común» y la «estabilidad» y, para ganar votos, ofrecer el producto que mejor encaje con las preferencias de los consumidores, quiero decir los votantes. Si eso no se hace, mala cosa es. Quedan relegados a una oposición más o menos vociferante, pero sin cumplir con su objetivo fundamental que es conseguir el poder o, por lo menos, mantener las cotas locales o porcentuales a las que se ha podido acceder. Decidir sobre el destino de mil millones de libras esterlinas es mucho, aunque más lo es decidir sobre 1.400 millones de euros de devolución o la inversión de 3.380 millones en la «Y vasca» ferroviaria. Pero, del mismo modo, la situación del Partido Demócrata parece, dentro del contexto de lo que es aquella política, menos grave de lo que lo es la del PSOE. Ha habido rumores de fragmentación demócrata, pero nada comparable a lo del PSOE. Veremos qué pasa.

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