Confieso de antemano mi antropológica prevención, mi contumaz desconfianza, frente a muchos de los organismos y organizaciones internacionales que existen hoy en el mundo. Y pese al riesgo de que alguno de ustedes dos deje de leerme para siempre por mor de tan categórica afirmación -algo que lamentaré mientras viva? que dejen de leerme, of course-, mantengo la mayor. La sociedad global se ha convertido, cada vez más, en una suerte de amenazantes acrónimos a mayor gloria de ellos mismos. ONU, UNESCO, UNICEF, ACNUR, FAO, OXFAM, FMI, BM, OCDE, OIT, OMS, UEFA, FIFA?, y un sinfín de pintorescas siglas más amparadas bajo la genérica denominación de ONG. No incluimos aquí la Alianza de Civilizaciones -ADC, por sus siglas en español- porque, a fecha de hoy, desconocemos si sus socios fundadores están peleados, si se mantiene viva la Alianza, o si se ha descubierto finalmente que fue todo un engañabobos del buenismo conceptual y multicultural. En cualquier caso, y para más información, pregúntenle al demócrata turco Erdogan o al plurinacional Zapatero, signatarios, entre otros, de aquel infumable engendro consistente en dar carta de naturaleza democrática a ideologías, regímenes y religiones que sienten especial aversión por la democracia, la libertad y los derechos humanos, especialmente los de la mujer.

Recitarles la interminable sopa de letras que a modo de críptica amenaza envuelve a este mundo globalizado, bien podría conformar el tedioso temario de una ardua oposición o corporeizar el avieso invento de un reciclado doctor Frankenstein como pluscuanmoderno Prometeo de nuestro tiempo. Y lo más curioso del tema es que todos esos organismos, esas cacofónicas organizaciones, nacieron para mejorar a la Humanidad. Iban a poner fin a las guerras, el hambre, el analfabetismo, la enfermedad, las injusticias o la violencia contrala mujer y los niños; iban a mejorar, regular y dar transparencia al deporte, los bancos, las finanzas, el trabajo, los flujos migratorios o el cambio climático. En pocas palabras: el paraíso en la tierra. Sin embargo, tengo para mí que la mayoría de ellas se han convertido en pomposas utopías cercanas al sueño de la razón, esa alucinación que según Goya producía monstruos.

Y para monstruos no figurados, distintos a los que pintara Goya, no hay mejor relato que comprobar hasta qué punto la mayoría de esos organismos plurinacionales suponen en realidad una jugosa canonjía para sus privilegiados dirigentes y agradecidos funcionarios. Entidades nacidas en defensa de los más necesitados, de las causas más nobles y justas, resultan a la postre espléndidas acomodaciones para decenas de miles de personas (muchos de ellos y ellas expolíticos amortizados, rebotados y fracasados en sus propios países) que encuentran allí el lugar idóneo para cobrar sueldos de escándalo muy poco acordes con los fines fundacionales que vieron nacer a esos organismos. Y ello, en el mejor de los casos; en el peor, además de los generosísimos estipendios, vemos recolocados a personajes que han dejado mucho que desear en sus trayectorias vitales, políticas e ideológicas. Conviene recordar que uno de los últimos secretarios generales de la ONU, Kurt Waldheim, fue teniente de la SS nazis, algo que el interesado «olvidó» reseñar en su autobiografía. O que el casquivano Strauss-Kahn fue director general del FMI mientras en sus horas libres, sin ánimo de lucro, enseñaba francés a la camarera del hotel. Comprenez-vous?

La ONU tiene más de 40.000 funcionarios que cobran un sueldo que va de los 90.000 a los más de 300.000 euros, eso sí, arreglando el mundo. Y aquí van otras sinecuras que les arreglarán el cuerpo, esforzados lectores. Christine Lagarde, del FMI, 385.000 euros; Junker, presidente de la CE, 350.000; Trichet, presidente del BE (Banco Europeo), 370.000. Según Third Sector, el salario medio de los directores ejecutivos de las 100 «organizaciones benéficas» que más pagan es de 190.000 euros, como publicaba «okdiario». No es de extrañar que Ángel Gurría, secretario general de la OCDE ¡desde 2006! y que solo cobra 284.000 euros libres de impuestos, abogue por subir los impuestos a las herencias para «combatir la desigualdad provocada por la globalización». El crecimiento incluyente. Gurría es un político mexicano miembro del PRI (partido que estuvo sesenta años ininterrumpidos en el poder), y exministro de México en dos ocasiones, un país modélico en todos los órdenes. De ahí que cargue contra las herencias y los herederos; seguramente, lo recaudado con la subida de impuestos posibilite seguir pagando esos astronómicos salarios libres de impuestos

De ahí que nuestras exministras y exmiembras del Gobierno, Bibiana Aído y Leire Pajín, del PSOE, encontraran muelle acomodo en la ONU espléndidamente remuneradas. O que el matrimonio del exministro de Educación, Ignacio Wert, y la exsecretaria de Estado de Educación, Montserrat Gomendio, del PP, resida lujosamente en París, él como embajador de España ante la? OCDE, y ella como directora general adjunta de la? OCDE; sí, la misma OCDE de Ángel Gurría, el del PRI mexicano. La lista de afortunados es larguísima, tanto como la de organismos internacionales. ¿Canonjías particulares? Ustedes mismos.