Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Javier Mondéjar.

De la cofradía de los veranofóbicos

Salgamos del armario, compañeros veranofóbicos. Quizá seremos criticados como aburridos irredentos, pero ¿cuándo una chanza detuvo el progreso de la Humanidad?

Comprendo perfectamente cómo a los asesinos pasionales les da por matar en verano y en cambio los asesinos en serie, fríos y cerebrales, prefieren meses más frescos. Cualquier cuerpo sumergido en una sopa de humedad a treinta y muchos grados experimenta un empuje vertical hacia sus impulsos más primarios semejante al volumen de líquido que desaloja. No sé yo si el Principio del Indignado Burgués es tan exacto como el de Arquímedes, tampoco me importa mucho, pues demuestra sin lugar a dudas que el calor -«la caló»- y el cocerse de los cuerpos al sol da para pocas elucubraciones filosóficas y para muchas actuaciones irracionales del cerebro reptiliano. A mí al menos así me sucede.

Hay gente que se siente renacer en verano: adoran la playa, el sol, las vacaciones, las terracitas, las fiestas populares, los chiringuitos con olor a sardina y las noches pegajosas. Otras en cambio serían de la cofradía de los odiaveranos, que ni siquiera con «Chanquete» han gozado de semejantes «placeres». Si fuera un oso preferiría estivar ?creo que acabo de inventar el término- a hibernar. Buscaría una cueva fresquita, bien repleta de cocalight a la que tengo afición/adicción, y esperaría a que todos los humanos de bermudas, pareos fosforitos y chancletas abandonasen mi hábitat natural para asomar la cabeza cual marmota Phil.

Ah, es usted de los que soporta muy bien el calor, pues muy bien, sería candidato ideal para el experimento de la rana. Cójase una rana y sumérjala en una olla de agua tibia; al principio se encuentra cómoda ?«qué humanos estos más considerados que me calientan el baño»-, pero cuando la temperatura sube gradual pero inexorablemente hay un momento en que se queda perpleja y luego ya no le da tiempo a nada más: tenemos una rana cocida.

Dirán ustedes que para eso inventó algún cerebro privilegiado el aire acondicionado. De acuerdo, pero ¿y la calle? Porque el tránsito entre aire y aire cuando en el asfalto pueden freírse huevos suele ser mortal. ¿Y si a tus compañeros/as de oficina el aire acondicionado les congela? ¿Y si tu pareja soporta horrorosamente el frío pero genialmente «la caló»? ¿Y si tu termostato va al revés del común de los mortales?

Dejemos el tema temperatura para ir a la madre del cordero: ¿por qué en el verano hay que ser obligatoriamente más felices? Explíquenme ustedes, filoveraniegos: ¿Es necesario sólo porque sea verano tener una aventura con la vecina del quinto, leer las novelas que no leíste el resto del año, estar más delgada para que te quepa el bikini, irte de vacaciones a los lugares más concurridos del universo mundo, cenar al aire libre, hacer barbacoas en el jardín y, en resumen, dejar de estar solo y cómodo para estar acompañado y abrumado? A ver, esos del verano que se manifiesten.

No creo ser el único bicho raro que se siente en verano más triste que un torero al otro lado del Telón de Acero. Es más, miro a mi alrededor y sólo veo sonrisas de cumplido y excusas tipo «esto del verano está muy bien, pero es que no se puede dormir». Yo por dormir, duermo estupendamente, lo que me fastidia del verano es justamente estar despierto y en ese tobogán «apasionante» de actividades estivales.

Salgamos del armario, compañeros veranofóbicos. Quizá seremos criticados como aburridos irredentos, pero ¿cuándo una chanza detuvo el progreso de la Humanidad? El primer chimpancé que se bajó del árbol y empezó a caminar a dos patas fue puesto como hoja de perejil, pero miren ahora dónde estaríamos sin ese antecesor tocapelotas. Ya que es el Día del Orgullo les propongo fundar el Orgullo Invernal donde recalemos los partidarios de que anochezca a las seis de la tarde, que las temperaturas buenas tengan un dígito y que el mejor momento del día transcurra con una copa de brandy arrebujado en una mantita frente a la chimenea.

¡Odiaveranos del mundo, uníos! Juntos haremos frente a los pantalones bermudas y a esas sandalias que llevan las chicas y que tienen corcho o yo qué sé, y que realmente me aterran. Hagamos oir nuestra voz para que el verano, al menos, no cuente con una prensa positiva, que no se haga la «canción del verano» ni los «10 libros que deberías leer en verano» ni las «20 recetas para comer sano en verano» y tantas listas como perpetra cada revista y cada periódico digital y que encargan al becario veraniego: «Hala, Ramón (o Maite), ve preparando una lista con estupideces, que los redactores se han ido de vacaciones y hay que llenar páginas».

Tengo para mí que les han comido el coco con lo del verano y han creado una fábula parecida al «Ya es primavera en El Corte Inglés» o a la Navidad como sinónimo de paz en el mundo. Que sepan que a mí no me han convencido y aunque sea lo último que haga lucharé con todas mis fuerzas para derribar el mito y librarles de la venda que han puesto en sus ojos. No me lo agradezcan, es mi obligación.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats