¿Diez minutos son mucho o poco? Pues, depende de con qué lo comparemos. Diez minutos de coito parece, más bien, escaso; por mucho que la media española no esté muy por encima. Omito cualquier comentario sobre mi propia experiencia. Pero un orgasmo de diez minutos sería lo más cercano al paraíso. ¿No les parece? Siempre he pensado que deberían prohibir por ley la publicación anual de este tipo de encuestas para evitar sufrimientos de pareja innecesarios.

Eso es lo que duró el último pleno municipal de Elche, diez minutos, uno rapidito; incluyendo el amago de coitus interruptus de Ilicitanos por Elche, que, al menos, amenizó la sesión y sirvió para poner de manifiesto lo ridículo de la escena con esa performance de pataleta de niño malcriado, contigo pero sin ti, que, si no desprecia, sí muestra una preocupante ignorancia sobre las responsabilidades de los representantes públicos en las instituciones. ¿Les parece poco seria la comparación? ¿Banal? ¿Simplona? ¿Previsible? A mí, me lo pareció el pleno, pero, además, preocupante y significativo de la falta sustancial de la Corporación municipal. Y es que no es la primera vez.

A la vista de la duración, de los asuntos tratados, y la naturaleza de las intervenciones; podríamos pensar dos cosas: o que el mandato está acabado, o que nuestros representantes están ya de vacaciones, más preocupados en otros asuntos. No voy a enumerar todas la atribuciones que se le atribuye al pleno, baste sólo nombrar la primera: control y fiscalización de los órganos de gobierno.

Aunque se trataron algunos temas de interés, faltaría más, como las licencias para edificar en el Palmeral o la puesta en marcha del albergue juvenil después de tres años de paralización; uno tiene la sensación de que, por lo visto, aquí no ocurre nada que merezca la pena ser tratado, comentado, rebatido, indagado, por nuestros representantes; lo que origina y explica, a su vez, que los ediles se enzarcen en discusiones y reproches estériles entre grupos. No escuchamos, en cambio, nada sobre los temas que acucian nuestra ciudad como el tema del Mercado Central, la degradación del barrio de San Antón, la falta de transparencia, los barracones en los centros educativos, etc. La lista sería interminable. Con la necesaria humildad de costumbre, me permito aconsejar a los ediles que, si están faltos de ideas, se lean la tribuna de José Antonio Pascual del pasado lunes, o simplemente que lean el periódico a diario.

El pleno es, según marca la ley, el máximo órgano de representación política de los ciudadanos en el Gobierno municipal y, por tanto, es el foro público donde esos mismos representantes ejercen sus más importantes funciones, dando cuenta de su labor política, concentrando y materializando en ese acto la acción política llevada a cabo previamente en múltiples formas. ¿Diez minutos? Por cierto, ¿qué nos cuestan a los ciudadanos esos diez minutos?

Déjenme que de nuevo me remita a tiempos pretéritos para arrojar luz al presente. La oratoria clásica, esa que tenía, según señalaba Aristóteles, como finalidad la persuasión, es decir, convencer al otro, y que brilló especialmente en la Atenas clásica y luego en el periodo republicano romano, murió cuando murió la democracia y ya no tenía ningún sentido persuadir, porque, ante la falta de democracia, las decisiones ya estaban tomadas. Entonces, la oratoria se convirtió en un género puramente estético y formal. ¿Estaremos ante una situación parecida, ante una decadencia de los órganos democráticos que, extenuados, han sido desvirtuados y vaciados de sustancia? Si, por lo menos, nos regalaran algún discurso de altura estética, merecería la pena. Pero me temo que no es el caso. Tampoco exageremos y nos pongamos trascendentales, que luego me dicen que amargo. Habrá que practicar más rapiditos.