No somos nada ni nadie sin nuestra memoria, es la artífice de que los acontecimientos pasados se hagan presentes y podamos ser capaces de articular el comportamiento en función de sus preceptos. No seríamos capaces de llegar a casa sin su concurso, pero tampoco podríamos reconocer a los seres queridos, saber si nos gusta el cocido o la fabada, el amarillo o el azul, el mar o la montaña. La memoria es la reina de la fiesta cuando deseamos rememorar esa anécdota del pasado que nos marcó la vida o que es capaz de hacer aflorar una amplia sonrisa entre los demás cuando recordamos el resbalón con caída libre jugando a los bolos.

Los laberintos en los que se mueve nuestra memoria son inescrutables. Nos acordamos casi sin querer de un montón de simplezas que en su momento no tuvieron mayor repercusión para nadie y, en cambio, olvidamos completamente sucesos que en su día marcaron un antes y un después. Los recuerdos no los escogemos nosotros, es ella misma la que selecciona minuciosamente lo que quiere guardar y lo que tiene que desechar por completo. En muchas ocasiones nos fastidia que sea tan contundente en sus elecciones, y cuando queremos echar mano de algo que necesitamos, nos vemos en la tesitura de que no aflora y nos quedamos atascados, como con la mente en blanco.

En más de una ocasión caemos en la cuenta de que la película que estamos terminando de visionar, ya la habíamos visto anteriormente y no hemos sido consciente de ello hasta que una simple escena nos descubre esa realidad. Igualmente nos ocurre con muchas caras conocidas, lugares, músicas y olores, entre otras muchas cosas. Cuando compartimos recuerdos de antaño con algún amigo de la infancia, comprobamos que gran parte de ellos no coinciden, es como si hubiéramos vivido vidas diferentes.

Quizás por todo esto, en la España de las vergüenzas, esa España desgastada por las corruptelas, los mindundis de tres al cuarto que se vienen arriba camuflados entre las listas electorales, que son capaces de vender a sus madres por salir airosos, que no tienen más ética y más moral que la que se encuentran en el suelo cuando se arrastran para mendigar un puesto de poder, los que olvidan incluso su nombre para no afrontar las consecuencias de su actos, los que no recuerdan si iban o venían cuando estaban al timón de España, los que selectivamente han ido borrando de sus memorias todo aquello que pueda hundirlos en la miseria, se refugian en la memoria selectiva para negar la mayor y seguir protegiendo sus inmundicias. Para ello solamente necesitan decir, no recuerdo, no me consta, y jugar con la desmemoria.