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A propósito de Carlos López Otín

Acercamiento a su trascendental labor investigadora

"Si te gustan tanto las proteínas, yo tengo unas cuantas nuevas con las que entretenerte". Eso fue lo que me dijo Carlos López Otín en una visita de cortesía a su laboratorio en enero de 1997. Después de las vacaciones de Navidad, yo iba a regresar a Newcastle upon Tyne (Inglaterra) a continuar con mi estancia posdoctoral y me llevé conmigo una enorme sonrisa por poder regresar pronto a Asturias, a mi Universidad, a trabajar en un pequeño, muy pequeño laboratorio desde el punto de vista del tamaño (calculo que de unos 10 metros cuadrados en el que acabamos trabajando siete personas). Pero grande, muy grande desde el punto de vista de la ilusión por la investigación.

Y han pasado 20 años, quince de los cuales me los pasé estudiando, aprendiendo... y cazando con Carlos y su gente. Porque al inicio de esta etapa éramos cazadores de genes. ¿Cuántos genes habría en el genoma humano?, ¿75.000?, ¿100.000? ¡Hala!, ¡exagerado! Hoy sabemos que apenas 20.000. Y de ellos, ¿cuántos codificarían para nuestras presas favoritas, los enzimas conocidos como proteasas? Ni idea entonces. Pero hoy también sabemos que están próximos a 600. Y con técnicas que a cualquier investigador de reciente hornada le parecerían del tiempo de los neandertales, nosotros cazamos más de 60. Buen porcentaje, ¿no? En el laboratorio comprobaba cómo mis primeros compañeros del equipo, José Mari, María Jesús, Íñigo, Milagros, Alberto, Elena, Totó, Luis María, Pepe, Xose, Gloria, Adolfo y Sonsoles, desplegaban a diario las armas de las que disponíamos (léase pipetas, medios de cultivos, el dichoso fago M13, genotecas de cDNA, los pesados geles de secuencia...) para volver a cazar. Gracias a ellos yo también aprendí. Pero siempre con la atenta mirada de Carlos. ¡Cuidado!, ¡no apuntes a tu propio pie! Él siempre nos guiaba hacía el mejor lugar para visualizar la presa. Era como mirar a la luna llena en una noche despejada.

Pero no sólo bastaba con tener la tan ansiada presa. ¿Para qué sirve el gen que acabo de clonar? ¿Tendrá que ver en el desarrollo del cáncer (maldita palabra)? ¿Influiría en la progresión de la metástasis (más maldita todavía)? Y así, con el empleo de modelos celulares y animales, íbamos poco a poco desentrañando las funciones de estas proteasas. Y al conocerlas ya nos planteábamos cuáles podrían ser diana para atacar en ese gran caos molecular que es un proceso tumoral. Al fin y al cabo, conocer a tu enemigo te acerca a sus puntos débiles. El objetivo final sería tratar de reponer la "armonía molecular", dos palabras que Carlos unió para darnos a entender el equilibro necesario que debe existir entre los componentes químicos que nos permiten vivir. Pero también nos da idea de lo vulnerable y frágiles que somos.

Por suerte, la inquietud de Carlos por conocer no tiene fin. Muy acertadamente dijo en una ocasión que hay que temer a la ignorancia, no al conocimiento. Y, gracias a ello, acercó el cáncer al envejecimiento. ¡Qué terrible paradoja! Las células tumorales son precisamente las que más ansían la inmortalidad. Pero nos matan. Sin embargo, ¿podrá la ciencia compatibilizar inmortalidad y ausencia de enfermedad? Cuestión futurista, así que podemos emplear alguna de las opciones disponibles para tratar de obtener alguna información. Veamos. Tenemos a los eruditos de la noche. Podrán ustedes comprobar su existencia si tienen algún episodio de insomnio y navegan con su mando por los muchos canales que estarán sintonizados en sus aparatos de televisión. Son esos que emplean metodologías basadas en bolas de cristal o en cartas con figuras que meten "mieu". Mucha gente les llama para saber qué les va a pasar. Así que algo harán porque da la impresión de que les va bien el asunto. Pero también tenemos eruditos del día. Podrán ustedes comprobar su existencia si acuden a muchas charlas y presentaciones de libros que nos dicen cómo va a ser nuestro futuro. Y, sí, muchos vaticinan ese futuro libre de enfermedades y ciertamente esplendoroso. Los auditorios se llenan. Además, parece que sus libros se venden muy bien. O sea, que también les va todo rodado. Desconozco su metodología para llegar a ciertas conclusiones, pero sería importante añadir que alguien tendría que hacer alguna reflexión sobre temas que empezarán a surgir. Por ejemplo, ¿es la medicina una carrera de futuro? Si todo va a estar curado y seremos inmortales, no se necesitarán médicos. ¿Y qué pasará con mi jubilación? ¿Cuántos años tendré que cotizar si voy a ser inmortal? Me entra una pereza sólo de pensarlo. Pero bueno, al fin y al cabo estas cuestiones serán sólo colaterales porque tendremos todo el tiempo del mundo para poder pensar sobre ello.

Dejemos las banalidades. A veces olvidamos que la ciencia se basa en hipótesis que tienen que ser contrastadas, no en predicciones. Si bien son ciertos los grandes avances que se han producido en investigación y tratamiento del cáncer en estos últimos veinte años, todavía existen muchas enfermedades devastadoras para las cuales estamos muy lejos de encontrar una solución. Así que volvamos a formular la pregunta para saber qué nos trasmite Carlos a este respecto: ¿podrá la ciencia compatibilizar inmortalidad y ausencia de enfermedad? De nuevo, su mensaje sosegado y, sobre todo prudente, nos hace ver algo fundamental. El envejecimiento es un proceso que forma parte de nosotros mismos porque está escrito en nuestro genoma. Y, a medida que nos hacemos mayores, más probabilidades tendremos de desarrollar alguna patología, pero, sobre todo, aumentará el riesgo de contraer cáncer. Pero es posible un envejecimiento saludable, diferente al que nos suele tocar vivir. Sobre todo muy distinto al conocido como envejecimiento acelerado o progeria, donde el caos molecular se hiperboliza. Para ello hoy disponemos de otras armas, tremendamente avanzadas, precisas y sutiles, que nos permiten cazar otras presas. Ya no son los genes. Son las mutaciones que hay dentro de ellos y que finalmente provocan ese caos. Pero esas mutaciones son susceptibles de ser reparadas, maquilladas o disimuladas para poder minimizar su efecto. La nueva Biología Molecular no se hace mirando a la luna llena. Se camina sobre ella y no es necesario que la noche esté despejada.

Y ahora, 20 años después, cuando acudo al laboratorio de Carlos, veo que es ya grande en espacio. Pero no ha variado en cuanto a la ilusión. Y es que los nuevos cazadores, los cazadores 2.0, siguen trabajando, estudiando y aprendiendo con el fin de reparar esas mutaciones, de evitar el caos, de que el envejecimiento que vivimos u oteamos sea lo menos traumático y más duradero para todos nosotros. En definitiva, de prolongar lo máximo esa armonía entre las moléculas a la que Carlos tanto alude, algo que nos hará un poco más felices. Y tampoco ha cambiado y nunca cambiará (perdón por la predicción) la absoluta disponibilidad de Carlos para animar y, sobre todo, para enseñar. ¿Necesitas consultarle una duda a la una de la mañana? Escríbele. A la una y cinco tendrás respuestas. ¿Necesitas hacerlo a las seis de la mañana? Escríbele. A las seis y cinco tendrás respuestas. Quizá se deba a un sistema endógeno y perenne de atención las 24 horas. Quizá sea un fiel seguidor del "Nessun dorma" de Puccini para acabar diciendo, que no cantando, "Vincerò!" Dejemos de especular: la duda ha sido resuelta. Muchas gracias, Carlos. No tendrás el premio "Princesa de Asturias". Pero siempre tendrás el reconocimiento de los que hemos tenido el privilegio de trabajar contigo. Y seguro que el de mucha gente que acude a tu despacho buscando una respuesta a la sinrazón de la enfermedad.

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