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Gatos panza arriba

Y se armó la de Dios es Cristo, el sarao, la riña de gatos, la lucha a garrotazos, la guerra dialéctica, la diarrea de verborrea, la de San Quintín, los insultos soterrados y no tan soterrados, la descompostura, los dientes apretados y las manos crispadas. La moción de censura. España, o sea.

He seguido a pies juntillas el debate. Naturalmente no lo he hecho por saber el resultado que ya era de dominio público una derrota anunciada, sino por ese morbo de saber quién la tiene más grande. La dialéctica, digo. Y para mí tengo que ganaron los morados por goleada (ya les vale vestir de nazareno su logo, caput moortun, púrpura cardenal).

España se ha convertido en un país de tertulianos que hablan de política con mucha euforia y salivilla blancuzca entre las comisuras y en políticos viviendo por la jeró (que mira que sobran) con la misma excrecencia adornándoles el morro. Es el caso que, en mi corto entender y más horro discernir, en el transcurso de salivazos que supuso la moción de censura hubo una parte bien diferenciada que dijo la verdad, navajazos de verdad en todo el vientre del sistema y los representantes de ese sistema que dijeron mentiras a cascoporro y con el mismo ensañamiento y con un cinismo rayano en lo patético o esperpéntico.

El mantra del «España va bien» de infelice recordación, volvía por sus fueros en la bancada azul oscuro tirando a negro cloaca.

Y digo ensañamiento porque lo hubo. Irene Montero, dejó de ser diputada, portavoz de Podemos, política, para convertirse en una apisonadora. Siento decir, amigos afines a los azules que, en el caso de la morada el ensañamiento tenía justificación porque van en aumento desgraciadamente los «casos aislados» de gente que vive en la puta calle, parangonables a los «casos aislados» de los que viven de puta madre después de haber saqueado a los que están en la calle ( Granados ha salido de la cárcel bajo fianza de cuatrocientos mil ciudadanos que viven sin recursos y que pasan hambre). Irene Montero, la trituradora, hizo un discurso que ya lleva tiempo en las esquinas, en las tascas, en los supermercados, en las oficinas y en esa calle donde los desahuciados le han pagado la fianza a Granados. Irene Montero se marcó un «yo acuso» con elevadas dotes de oratoria y con la verdad por delante. Le acusaban de hacer un discurso largo, como a Pablo Iglesias pero es que los discursos largos están proporcionados a la larga, larguísima sombra de la corrupción. Para mí tengo que se quedaron cortos. Pablo Iglesias dio una concienzuda lección de historia para demostrar lo que he dicho alguna vez en esta misma tribuna: Que estos robaperas nivel dios, vienen gobernando y saqueando desde los reyes católicos. Son como brea, viscosillos chupópteros que no se despegan de la poltrona ni aun estando llamado a declarar el mismo presidente.

Mariano estuvo muy en Mariano, defendiéndose como gato panza arriba de una lluvia de verdades que le haría ruborizar a cualquiera pero, claro, cualquiera no tiene un morro que se lo pisa. Un par de marianadas, o sea que, como nos tiene acostumbrados, se hizo la lila un lío en varias ocasiones. Yo creo que lo hace a posta para desviar la atención de la sarta de mentiras que regurgita. A la hora de las votaciones, por cada «no» y por cada abstención un desesperado saltaba por la ventana, a un desahuciado le partía la boca un salvaje vestido de policía, con patente de corso por la ley mordaza, un niño entraba en el umbral de la pobreza, un parado hacía cola, un tipo colocaba en la calle el cartel de «sin recursos. Una ayuda, por favor», un investigador tenía que darse el piro, una tienda de barrio echaba el cierre, un ciudadano firmaba un contrato basura y algún encabronado, como el que esto escribe, se aguantaba la náusea con ambas manos en la boca. Que disfruten ustedes el latrocinio.

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