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Martín Caicoya

¿Por qué damos?

La generosidad tiene muchas motivaciones, desde asegurar la transmisión de genes hasta la expectativa del pago o el reconocimiento social

Dice la filósofa Adela Cortina que nos movemos en un toma y daca y que eso deja fuera a los más desfavorecidos porque ellos nada pueden ofrecer. Ésta es la tesis central de su nuevo libro que trata de lo que ella denomina aporofobia, el rechazo de los pobres. Nos cuenta que inventó la palabra buscando en su viejo diccionario de griego una que recogiera su idea. Aporo, de la que viene aporía, es una situación sin salida. Los pobres, para ella, al no tener nada que dar viven en una situación sin salida.

El concepto de altruismo reciproco procede de Trivers. Antes Hamilton había empleado la palabra altruismo para explicar por qué los familiares cuidan de los suyos, más cuánto más cercanos: asegurar la preservación de sus genes. Por ejemplo, por qué las hormigas obreras, estériles, cuidan de la reina. Pues porque comparten tres cuartas partes de los genes con ella. Es una cautiva obligada a reproducirse para perpetuar los genes de las obreras. Trivers va más allá y se pregunta por qué alguien iba a arriesgar su vida para salvar a una persona desconocida en riesgo de ahogamiento. En su articulo seminal reflexiona sobre el altruista y el aprovechado, el que no devuelve el favor. Concluye que si hubiera muchos aprovechados la sociedad no funcionaría.

Dar siempre es complicado. Además de poder humillar al receptor, siempre tiene que demostrar agradecimiento. En algunas culturas, como la japonesa, la creación de ese vínculo de dependencia es indeseable. Es lo que denominan "on". Para ellos, al menos cuando lo estudió Ruth Benedict, los japoneses preferían que no les hicieran favores porque a partir de ese momento estaría en deuda eterna, como lo están desde que nacen con el Emperador.

La cuestión es si realmente el altruismo recíproco es una de las herramientas que tiene la biología para crear y mantener sociedades cooperativas. Posiblemente el concepto así expresado es demasiado estrecho para explicar los comportamientos, al menos de los humanos.

Es cierto que la mayoría de las veces se da para recibir. Pero no siempre se espera que sea el receptor el que pague la deuda. Se da porque dando se obtiene un prestigio social que en sí mimo ya es una recompensa. Todos tenemos necesidad de reconocimiento. Buscamos la aprobación de nuestros padres, de nuestros maestros, de todos aquellos a los que admiramos y queremos y, en suma, de la sociedad a la que pertenecemos. Dar otorga el prestigio de ser una persona que está dispuesta a colaborar por el bien común. Y también de poder: sólo da el que tiene algo.

¿Cómo se explica, si no, la generosidad con las ONG que trabajan con personas a las que nunca veremos, las que nunca agradecerán nuestras dádivas? ¿Qué hace que nos sintamos ligados a la suerte de los miserables, de los que sufren hambre y sed, de los perseguidos? Ningún beneficio obtienen mis genes con su supervivencia, si como postula Dawkins, ésta es el motor último de todas las acciones. Se podría ver como un deber moral. Ahora bien, desde el punto de vista funcional, la moral no es más que un conjunto de reglas que favorecen la supervivencia de esa sociedad. La evolución de estas reglas corre paralela a los cambios sociales. Pero la preocupación de la suerte de los otros en África es difícil de explicar desde esa perspectiva.

Dice Rabindranath Tagore que la vida nos la dan y la merecemos dándola. Dar sin esperar nada a cambio, ni siquiera el prestigio social, puede ser una motivación en sí misma, una fuente de satisfacción. Quizás en un ancestro evolutivo el dar funcionara dentro del altruismo recíproco, pero por razones que no me importan, el botón de la satisfacción de dar se desligó del objetivo último que es recibir, lo mismo que el placer del sexo se desligó del de la procreación. De manera que me atrevo a pensar que el acto de dar puede tener muchas motivaciones, a veces entremezcladas, que van desde asegurar la transmisión de genes, las expectativas del pago y agradecimiento del receptor, el prestigio social hasta la más puramente altruista: la satisfacción inmediata por el hecho de dar.

Los pobres tuvieron una función social importante en la Baja Edad Media, ellos eran la encarnación de Cristo. Su redención a través de la limosna se convertía en un acto merecedor de la gloria eterna. Entonces no había aporofobia, pero sí cuando los gobiernos consideraron que esas hordas de mendicantes alteraban el orden y mostraban impúdicos las cloacas de la sociedad. Intentaron encerrarlos o dispersarlos fuera de las ciudad. En la posguerra nacen las sociedades inclusivas que tratan de asegurar la cobertura universal de las necesidades básicas: vivienda, educación, alimentación, salud. No son perfectas, sigue habiendo excluidos y sigue siendo necesaria la caridad. Pero la mayor parte de las donaciones, a través de los impuestos, se basan en la justicia. Eso las hace más seguras y equitativas.

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