La emblemática estrofa del himno de la Comunitat resume con acierto el espíritu del gobierno que preside Ximo Puig. Utópico y pragmático a la vez, fin y medio. El reivindicativo eslogan mantiene su plena vigencia en el ecuador de una legislatura a la que la derecha y su poderoso coro daban pocas expectativas de vida. Y a fe, que han puesto todos sus esfuerzos en ello.

A pesar de todo, tras dos años del Botànic, el gobierno de la Generalitat da para sobresaliente con sólo apreciar que corrupción, despilfarro, mala gestión, sectarismo e insensibilidad social han quedado envueltos en la neblina de un pasado maloliente, superado por la honestidad. Se gestiona día a día, con un esfuerzo enorme, eso sí, porque nos dejaron una Comunitat agónica (conviene no confundir la condición de víctima real, con la del victimismo ficticio): deuda mareante, prestigio por los suelos, enredo burocrático paralizante, merma de personal, multas ajenas que hemos de afrontar o facturas antiguas que emergen cada día. Una pesada carga de lastres que hay que asumir sin remedio.

No ha sido este un proceso fácil ni pacífico, porque la táctica de quienes gobernaban aquí en el pasado pasa por no dejar respirar en el presente: acudiendo a tribunales con recursos ilógicos para frenar la lógica acción de gobierno, creando problemas donde no los hay (da igual que sea por la lengua que por exigir con urgencia teatral los proyectos que no supieron hacer), abusando de derechos que antes negaban (sólo para despilfarrar miles de horas de trabajo), ahogándonos financieramente desde Madrid o impidiendo la reposición del personal que vamos perdiendo con el tiempo. Todo ello desde una estrategia de acoso que busca cortar las alas a la autonomía de la Comunitat y de los ayuntamientos.

No critico que el PP haga oposición al gobierno de la Generalitat. Es plausible y hasta exigible, por salud democrática; pero subleva que lo hagan desde criterios que hacen estallar por los aires los límites éticos que deben presidir toda acción política. Ofende que proclamen (y lo hacen cansina y repetitivamente) que el Consell «ataca» a nuestra provincia. Cualquiera que les oiga y desconozca las claves por las que se mueven, pensará que esta provincia es un territorio ocupado y sometido al castigo inmisericorde de la cruel y enemiga bota valenciana. Ofende, porque cada día decenas de miles de trabajadores de la Generalitat (descuenten los que el Gobierno del PP ha ido restando y negándose a relevar), salimos a la calle a intentar mejorar la calidad de vida de los alicantinos, frente a un partido poderosamente dopado que dice una cosa y hace la contraria. Tratamos de reconstruir el estado en que nos dejaron a lo largo de veinte años. Hombres y mujeres médicos, maestros, obreros, policías, bomberos, agentes forestales, trabajadores sociales, enfermeros, inspectores, técnicos? reincidimos a diario en la voluntad de servicio, tratando de gestionar, rentabilizar y cuidar al céntimo el dinero y los recursos que los alicantinos ponen en manos del Consell, con la única munición del interés por las personas, el afán de progreso, el apoyo a los ayuntamientos, a las empresas y a las instituciones, así como la mejora de la gestión pública y de las estrategias de desarrollo. Es con eso con lo que «atacamos» a la provincia y por eso Ximo Puig sube sin pausa en aprobación ciudadana.

El deseable e imprescindible «Tots a una veu» (que queremos coral y polifónico), se encuentra con una especie de Organización para la Liberación de la Provincia de Alicante que ha elegido hacer sonar todos los clarines del miedo y del alarmismo para ahogar la voz de la ilusión y del cambio: justo lo que esta provincia no necesita.