Quizás el miércoles el más contento en el banco azul era Cristóbal Montoro, que ha demostrado saber hacer equilibrios malabares. Rajoy no le ha hecho -ni le hará- vicepresidente, pero ya es el ministro de Hacienda que más presupuestos (diez) ha elaborado. Rajoy también está satisfecho aunque la alianza construida se parece más a la que hace un año le sugería Pedro Sánchez -algo así como una laxa confederación de derechas autónomas y diversas- que a la que gustaba al propio Rajoy. Para la unión de todas las derechas (gran simplificación) sólo le ha faltado la antigua CDC.

Pero Rajoy está contrariado. Hace ocho días se pudo comprobar en Sitges en las jornadas anuales del Círculo de Economía. Rajoy sabe que se ha garantizado media legislatura y que la economía -al menos a corto- va incluso mejor de lo esperado, pero que está condenado a coexistir con tres molestas piedras en el zapato: Cataluña, la Justicia y el retorno de Pedro Sánchez.

En Cataluña no hay arreglo a la vista a corto plazo. Ni a medio. Aquel error innecesario de la sentencia del Constitucional del 2010 ha logrado, siete años después, no ya resucitar el Estatut del 2006 sino conducir a un choque frontal con el Gobierno catalán, que reclama nada más ni nada menos que la independencia. Rajoy cree que Puigdemont no saldrá vencedor del choque, pero teme que él tampoco salga indemne. El choque dejará heridas, medicarlas el día después será difícil pues las encuestas dicen que la ERC de Jonqueras será el primer partido en unas elecciones, y es casi imposible que el Gobierno de Madrid gane popularidad en Cataluña. Ahí está la explosiva encuesta de El País del pasado domingo: el 94% de los catalanes, y el 77% de los españoles, no aprueban la política del PP con la desafección catalana.

Por otra parte, la dimisión de Manuel Moix como jefe de anticorrupción, por tener el 25% de una sociedad panameña, no sólo priva al Gobierno del fiscal elegido para poner orden en la «izquierdista» anticorrupción, sino que deja todavía más tocados al fiscal general, José Manuel Maza, y al ministro de Justicia, Rafael Catalá, bastante quemados ya por la reciente reprobación del Congreso. ¡Ojo, con el voto no sólo de Podemos y PSOE sino también de Rivera!

Cruje así la operación diseñada para controlar la Justicia y aminorar el impacto de los casos de corrupción que más afectan al PP. Y eso cuando el propio presidente tendrá que comparecer como testigo en el juicio sobre la financiación ilegal del PP. Algo que recordará aquel SMS del verano del 2013: « Luis ( Bárcenas) sé fuerte». Sí, Pedro J. ya no dirige El Mundo, que ha consumido desde entonces tres directores más, pero la Gürtel sigue ahí. Y obliga a demasiadas cosas y hace que demasiados días los jerifaltes de Génova se pongan colorados.

La última piedra -por el momento- es el retorno de Pedro Sánchez, que hará que las relaciones con el PSOE sean todavía más tortuosas. Y Rajoy sabe que la mayoría de 176 diputados del miércoles no es una alternativa del todo válida a una relación con un PSOE bajo la influencia del pragmático Rubalcaba. Entre él y Sánchez sólo pasa electricidad negativa. Y Rajoy sabe que ello comportará una notable pérdida de comodidad. Aunque sobre Cataluña los dos estarán obligados a negociar y acordar.

Rajoy sabe que disfrutar de La Moncloa tiene el peaje de tres puntiagudas piedras en el zapato. Y encima la inminente moción de censura de Podemos? Que quizás sea una bendición. Será el eficaz y algo cínico Rafael Hernando el que dará a Iglesias todo el palo conveniente. Y además se volverá a percibir que Iglesias existe, lo que cohesiona al electorado de la derecha, que el PP lo vuelve a derrotar y quedará claro que -guste o no guste- no hay mayoría alternativa a la que la retranca de Rajoy y el manejo de los presupuestos de Montoro han logrado construir.