Si pensabas, apreciado lector, que el título hacía referencia a alguna de las escuadras de la inefable comparsa homónima. O a los trajes que van a lucir su capitán y su abanderada en las entradas. O a alguna puesta en escena preparada para ellas, siento decirte que no vas bien encaminado. El título de la tribuna hacer referencia a otro tipo de corsario que, de unos cuantos años acá, se ha multiplicado en ese gran océano, cada vez más tempestuoso para navegantes poco avezados, que es el de la música festera.

En honor a la verdad, este tipo de filibustero ha existido siempre. Ocurre que, mientras hace una década se trataba de un personaje marginal con el que se topaban las gentes menos avisadas en la cosa festera, en la actualidad es tan pululante que fácilmente podemos cruzarnos con él aun navegando en aguas familiares.

La prueba palpable de lo que digo la encontramos en los propios folletos de instrucciones editados por las distintas comparsas para las fiestas. Basta echar un vistazo a los encuadres de sus escuadras y bandas que participan en los distintos actos para comprobar, salvo contadas excepciones que no voy a citar para no herir susceptibilidades a flor de epidermis, que las formaciones musicales con solera y solvencia festera están en franca minoría.

Ahora, en cambio, lo que prevalece es el «grupo musical», que es algo muy distinto de las asociaciones musicales de siempre. Y al amparo de ese tipo de entidad -no todas son iguales, que conste-, ha medrado este tipo de personaje.

Normalmente, ese tipo de «banda» la componen solo dos o tres personas (un matrimonio, o unos parientes: Padre e hijo o hermanos, generalmente), que son sus «dueños». El resto de banda está formada por músicos «free lances» que no son fijos, a quienes contratan los dueños para cada actuación en un número que varía en función de lo que demande el cliente. Esos músicos «autónomos», por lo general, no son los «primeros espadas del escalafón», que ya están colocados en las buenas bandas estables, sino «mercenarios» que hoy tocan aquí con unos, y mañana allá con otros. Por eso motivo, el «free lance» no puede ensayar; no tiene tiempo. Además, la «banda» carece de un director como Dios manda que la conjunte. Todo lo cual redunda, como comprenderán, en la calidad de sus interpretaciones. A ese tipo de «banda» no le pidan que toque una pieza especial, porque no lo hará. Fuera de Caravana, La Campanera, Paquito Chocolatero y en ese plan, que las conoce hasta el acordeonista de la esquina, no tocará otras, por la sencilla razón de que no las puede ensayar.

Aunque lo verdaderamente pernicioso del asunto es que, para poder entrar en el mercado y que estos filibusteros ganen dinero, han reventado los precios a costa, claro está, del más débil: escatimando a los músicos que ajustan con ellos sus emolumentos, que a veces llegan a ser indecentemente bajos por horas de actuación... cuando les pagan.

Todo esto no tendría importancia si no fuera porque muchas comparsas -y filás- que no gozan de una economía saludable, debido muchas veces a endeudamientos inoportunos, encuentran serios problemas a la hora de contratar las bandas de música para las fiestas. Pues se convierten en las víctimas propiciatorias de esta clase de depredadores.

Me cuentan que ya hay algunos de esos músicos contratados que, masacrados por las cantidades adeudadas por algún afamado corsario, están a punto de llevarlo al Juzgado. Será el momento en que se vea quienes llevan las banderas con tibias y calaveras, para aviso de navegantes. Y eso sin mentar a Hacienda ni a la Seguridad Social? O sea.