Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Juan R. Gil

La renovación era Ábalos

Los militantes socialistas han votado mayoritariamente a Sánchez para desalojar al PP y cambiar el partido. Pero lo que ahora tienen es a Echávarri representándolos y a Ximo Puig fuera del escenario. ¿Era eso lo que querían?

Conocí a José Luis Ábalos cuando disputó la secretaría general del PSPV en el año 2000 a Joan Ignasi Pla. Pla ya había ganado otro congreso meses antes, pero la dirección federal del partido había anulado el resultado y ahora Ábalos era el candidato del establishment contra Pla. Hubo un par de comidas, de las que él lógicamente no guardará recuerdo, y un incidente de lo más rancio que me ha tocado vivir como periodista. La primera noche de aquel congreso que se celebró en Alicante y que Pla acabó ganando por diez votos, un personaje atrabiliario que alardeaba de representar a la secretaría federal de Organización del PSOE, el aparato en estado puro, me citó en una habitación del hotel Meliá para presionarme, de forma burda y chulesca, amenazas incluidas, con el fin de que este periódico apoyara a Ábalos y enfocara todas sus crónicas en su favor y en contra de Pla. Ábalos no estaba en aquella habitación, no participó en esa encerrona -de la que hay un importante testigo que, en honor a la verdad, reprobó lo que estaba sucediendo-, pero el sujeto decía hablar en nombre de él y, sobre todo, en nombre de José Blanco, recién encumbrado a número dos del PSOE por Zapatero.

El tipo aquel se llamaba José Luis Balbás y no volví a saber nada de él hasta tres años después, cuando tras las elecciones autonómicas dos diputados socialistas ( Eduardo Tamayo y María José Sáez) traicionaron a su partido y le robaron el gobierno de la Comunidad de Madrid para entregárselo a Esperanza Aguirre. Balbás fue señalado como el urdidor de aquella canallada, que pasó a la historia como el tamayazo, y expulsado del partido, en cuyo seno, para mayor sarcasmo, era el líder de Renovadores por la Base, uno de los movimientos que habían apoyado a Zapatero. Blanco dijo a la prensa que no lo conocía de nada y yo lo leí atónito, porque en la segunda jornada de aquel congreso, tres años atrás, fue Balbás el que me presentó a Blanco para que me quedara claro que sus presiones del día anterior para que nos pusiéramos a rueda de Ábalos no eran cosa de broma. Ábalos volvió a presentarse aún otra vez más como aspirante del aparato a la secretaría general, esta vez contra Jorge Alarte, y de nuevo fracasó, aunque en esa ocasión no confrontó votos y pactó paz por territorios. Le dieron el mando en Valencia y, perdiendo elecciones para ganar asambleas, allí ha seguido hasta ahora, en que ha regresado a primera plana como adalid de la regeneración y secretario de Organización -mira por dónde- de Pedro Sánchez. He leído que viene a refundar el PSOE. Ya ves.

Los militantes que el domingo pasado le dieron una clarísima victoria a Pedro Sánchez le votaron mayoritariamente porque quieren desalojar al PP del Gobierno. El problema es que eso no se consigue en unas votaciones internas para nombrar secretario general, sino en unas elecciones en las que tienen la palabra todos los ciudadanos, que de momento ya le han dicho dos veces no al redivivo líder socialista. También muchos de esos afiliados respaldaron a Sánchez para cambiar el partido, en lo que ha sido una rebelión en toda regla de las bases contra la nomenklatura de dirigentes. Pero, quieran verlo o no, lo que se han encontrado un día después ha sido con Ábalos de número dos federal y el exalcalde de Elche, exsecretario general de Elche y expresidente del PSPV, Alejandro Soler, como máximo exponente de esa pretendida renovación en la provincia. Si hay algo que resume más gráficamente que nada la crisis en la que los socialistas se han metido es el hecho de que Gabriel Echávarri, que era dePedrodetodalavida, se pasó a Susana en cuanto a Pedro lo defenestraron y volvió al redil sanchista nada más conocerse el resultado a favor de su querido amigo, ya encabeza una lista para ir al congreso del partido representando a los militantes mientras Ximo Puig ha renunciado a ser delegado en ese mismo congreso. Convendría que gente respetable y con cabeza, aunque en absoluto sin pasado, como el catedrático José Asensi, nos explicara si este es el nuevo PSOE por el que decían luchar: el que pone en la foto al alcalde de Alicante y saca del escenario al president de la Generalitat. Digo, para irnos preparando.

Porque la clave de todo está en esto último, en las alcaldías y las presidencias de comunidad: en las instituciones. Los militantes socialistas pueden elegir a quien quieran para representarlos. El tiempo dirá si lo suyo ha sido catarsis o suicidio colectivo. Pero en tanto en cuanto lo que acaban de votar desestabilice las administraciones que hoy por hoy gobiernan, los ciudadanos le harán pagar al PSOE una factura tremenda. Al respecto, convendría no olvidar que los partidos son instrumentos al servicio de la sociedad, no de sus afiliados, y si en lugar de herramienta se convierten en lastre la sociedad, lenta pero inexorablemente, los deja de lado. Pregúntenle a Hamon, que ha hundido al socialismo francés jaleado entusiastamente por sus afiliados, y a Macron, que ha llegado a presidente de la República careciendo de ellos.

Ahora todo el mundo en el PSPV se declara, a la vez, sanchista y ximopugista, un palabro que he empezado a leer en algunas crónicas periodísticas y que no tiene precio. Pero igual que Vujadín Boskov nos enseñó hace muchos años que «fútbol es fútbol», también sabemos que política es política y que la mayoría de los que en estos días proclaman su querencia por Puig ya están desatando contra él los perros de la guerra. Puig sí estaba llevando a cabo, a trancas y barrancas, un proyecto de renovación del PSPV. Y mantenía, mediante un entendimiento personal con Mónica Oltra que en su propio partido muchos no entendían, la estabilidad del Consell. Todo eso, se diga lo que se diga, está en riesgo cierto de saltar por los aires. Porque Puig no ha perdido unas primarias: ha perdido su autonomía para dirigir el partido y el Gobierno. Y no se me ocurre de qué forma puede acabar eso bien.

Tampoco sé qué habrá sido del tal Balbás, pero sí hay que reconocerle que fue un adelantado: hace casi dos décadas que se percató de que la mejor forma de practicar el quítate tú que me pongo yo es la de unir en un mismo eslogan renovación y base.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats