Salvando las distancias físicas y temporales, imaginamos a los tres candidatos socialistas divinizados por mor de los avales como una divina tríada a la manera de Júpiter, Juno y Minerva, la Tríada Capitolina, así denominada por ser objeto de veneración en el templo del monte Capitolio. Además, en nuestros días, el término sirve para designar la sede del poder político; demasiadas coincidencias.

Por fin ha llegado el día de la votación para la militancia socialista. Apenas han transcurrido unos meses desde que se anunciaron las candidaturas, pero es un sentir generalizado que Pedro Sánchez, Susana Díaz y Patxi López llevan años instalados en la carrera electoral, ora para la presidencia del gobierno, ora para la presidencia de la Junta de Andalucía, ora para la secretaría general del PSOE. El tono histriónico insuflado en sus proclamas toca a su fin.

Las primarias, al parecer así denominadas por los instintos que desatan, se han convertido en un arma letal para los partidos políticos; no hay más que mirar a Francia.

En esta contienda electoral plagada de belicosidad léxica y gestual, Susana Díaz ideó una frase mordaz dirigida a su oponente: «está tan contento de ser segundo, y ya es la tercera vez». Por su parte, Sánchez exhibía su célebre tautología «no es no» y blandía la abstención a la investidura como arma infalible contra Díaz.

La recopilación de avales se convirtió en una votación anticipada y ambos candidatos exhibieron su poderío con escasa diferencia.

Ajeno a los cantos de sirena, Patxi López se aferraba al exiguo respaldo que le proporcionaban los suyos (ni más ni menos que los necesarios) y afianzaba su posición.

En el debate del pasado lunes se escenificaba la confrontación. López, el tercero en discordia, se erigía en improvisado árbitro al mantener la postura y compostura institucional y recordar que corrían el riesgo de desaparecer como partido.

No hubo un claro vencedor; tal vez perdieron todos, tal vez por eso Felipe González dijera que lo mejor del debate había sido su celebración.

La presidenta de la Junta de Andalucía está amparada por los históricos del partido. Posiblemente, una victoria holgada, adecuadamente gestionada, podría sentar las bases para la recuperación del PSOE.

Pedro Sánchez nada arriesga, está en el paro, según confesó, y verdaderamente lucía un bronceado propio de los lunes al sol. Tiene en su haber dos fracasos electorales, una fallida alianza con Podemos y un derrocamiento inédito como secretario general, pero enarbola la bandera de la izquierda y la beligerancia contra Rajoy. Si vence, tendrá la ardua tarea de refundar un partido roto.

Es aventurado hacer vaticinios, puede ganar cualquiera, pero sería deseable un triunfo rotundo. En caso contrario, habrá que temer incluso el cuestionamiento del resultado y, por supuesto, la consolidación del cisma.

Pero en política también se pierde y a pesar de que los candidatos lo han venido desmintiendo, los perdedores de hoy serán condenados al destierro, sin indulgencia. Compartirán la tristeza de Ovidio en el bimilenario de su muerte. Ni Augusto ni Tiberio perdonaron los errores del poeta de Sulmona que murió lejos de su añorada Roma, en el exilio póntico, y escribió apenados versos en su obra Tristia: «mientras seas feliz contarás numerosos amigos; si el cielo de tu dicha se nubla, te quedarás solo».

Quizá esta noche, una vez consumada la elección, la elegía ovidiana pueda aliviar la soledad de los adversarios.

Ciertamente, sería deseable que nuestra clase política cultivara la poesía, además de otras bellas artes a las que se aplica. Sirva como ejemplo la pátina culta que los políticos galos imprimen a sus discursos con abundantes referencias poéticas sublimadas por la eufonía de la lengua francesa. Pero no nos engañemos, la política española está lejos de la poética ovidiana, no puede ser más prosaica.

En este ambiente, se ha generalizado la costumbre de referirnos a los candidatos exclusivamente por sus nombres de pila, con una familiaridad rayana en la descortesía. Aunque bien pensado, acaso no suponga la banalización del respeto debido, ni un alarde de proximidad, sino más bien al contrario, sus nombres, desprovistos de apellidos, los identifican per se y contribuyen a ensalzarlos. Además, la inspiración ovidiana sugiere que Susana, Pedro y Patxi puedan ser el resultado de la metamorfosis de otros nombres propios míticos: Aracné, Narciso y Ulises. Paralelismos no faltan.

Tal vez esta noche, en medio de la euforia, en la ceremonia de la apoteosis, alguien debería susurrar al oído del vencedor o de la vencedora unas palabras al modo romano, «memento mori», para recordarle que es mortal y que los partidos políticos también lo son.