El 9 de mayo es el célebre y celebrado día de Europa. La Oficina de Propiedad Intelectual de la Unión Europea (EUIPO) ha impulsado la conmemoración del sexagésimo aniversario de la firma del Tratado de Roma conformando humanamente el número sesenta en la plaza del Ayuntamiento de Alicante. Una evocación amena para recordar el origen de la Unión Europea y manifestar una elocuente voluntad europeísta que obtuvo el respaldo institucional y de la ciudadanía. No se puede ni se debe prescindir de la historia de la construcción europea nacida de la turbación de un continente devastado.

Es una opinión común la necesidad de hacer pedagogía sobre Europa para combatir el euroescepticismo creciente. Ciertamente. La ignorancia, además de ser atrevida, es uno de los males de nuestro tiempo, por ello resulta imprescindible la contribución institucional al conocimiento del proyecto europeo y de sus bondades. El proceso de la integración europea y los pilares sobre los que se asienta deberían ser objeto de estudio en colegios y escuelas desde una edad temprana. El fervor con el que todavía se lee la Constitución Española cada 6 de diciembre podría servir de ejemplo para hacer lo propio con el Tratado de Lisboa. Un paso más para divulgar y fortalecer ese acervo común: la libertad, la democracia, la igualdad, el Estado de Derecho, y su defensa a ultranza.

El camino recorrido a lo largo de estos años no puede, no debe tener retorno pero es preciso volver la mirada hacia la ciudadanía europea y procurar la resolución de los problemas.

Esta es una de las conclusiones a las que se llegó en el debate que tuvo lugar el pasado lunes en el Club Información. Bajo el título Los Caminos de Europa, António Campinos, José Manuel García-Margallo, Manuel Palomar, Josefina Bueno y Juan Ramón Gil, moderador del coloquio, analizaron la situación europea el día después de las elecciones francesas.

El director ejecutivo de la EUIPO propugnaba la ética y el cumplimiento de las promesas; el exministro de Asuntos Exteriores criticaba la unión monetaria sin gobierno económico ni unión financiera; el rector de la Universidad de Alicante se refería a la reforma de Bolonia y al éxito del programa Erasmus, y la directora general de Universidad, Investigación y Ciencia de la Generalitat, hacía hincapié en la necesidad de hacer pedagogía sobre Europa y recuperar la confianza ciudadana.

El moderador del debate aludió una cuestión clave que permitiría salir del círculo vicioso en el que se halla inmerso el proyecto europeo, y es sencillamente la voluntad política de avanzar definitivamente hacia una mayor integración.

La unión de los veintisiete escenificada contra el «brexit» debería ser la oportunidad para avanzar con paso firme hacia una unión auténtica, no una amalgama artificiosa de naciones que se pone en peligro en cada cita electoral.

La construcción europea requiere un esfuerzo ímprobo pero necesario. A estas alturas ¿alguien piensa que la unión no hace la fuerza?

No obstante, se requiere valentía en la conformación de Europa si se quiere evitar que ese sueño se diluya en las turbulentas aguas del populismo. De ser así, la Oda a la Alegría, el (oficioso) himno europeo, esa joya alumbrada por Beethoven en la Novena Sinfonía puede trasmutar sus alegres notas para sonar trágicamente, como la Patética, y ser augurio de decadencia e infortunio.

«Europa es el lugar donde hoy estalla el corazón del mundo», escribía María Zambrano y sus palabras son inquietantemente actuales.

Urge encontrar un remedio para luchar contra la amnesia de la Europa apaciguada.

Pero es cierto que Europa es algo dinámico, en permanente crisis, que se teje y se desteje incesantemente, y es también la dialéctica diabólica entre el todo y las partes: el intento de definir una identidad europea y la exaltación de las identidades nacionales; el paradigma de intereses comunes y a la vez contrapuestos, o la renovada voluntad europeísta frente a la constitución fallida.

«Quo vadis, Europa?» se preguntaba recientemente Jean-Claude Juncker, el presidente de la Comisión Europea, en la presentación del Libro Blanco sobre el futuro de Europa. La pregunta es pertinente porque Europa está en la encrucijada y tiene ante sí cinco vías a elegir: avanzar hacia una completa integración europea, permitir el avance a distintas velocidades, hacer menos de manera más eficiente, limitar el avance al mercado único o seguir igual.

Es el momento de la reflexión y de la determinación y hemos de persuadirnos de que la Unión Europea es el futuro común, el único futuro, al que solamente se llega por la senda de la unificación.

Sin ese pleno convencimiento, los caminos de Europa seguirán siendo inescrutables.

Pero no teman, siempre nos quedará Eurovisión, lugar al que inevitablemente regresamos para ver fustigado el orgullo patrio.