Se suele decir habitualmente y afirmarse de manera categórica, que una foto, una imagen, valen más que mil palabras, pero puede no ser cierto. Una foto por más excepcional que sea, más interesante, depende de todas maneras de una explicación, de la palabra escrita, «el pie de foto» es conveniente en cualquier publicación rigurosa. Qué podría expresar la imagen de un hombre en la cruz si se desconoce qué es el cristianismo. Roma crucificó a miles de hombres desconocidos.

Ninguna foto puede tener la repercusión que ha tenido la Biblia, el Corán, la Torá o El Manifiesto Comunista. Estos textos no necesitaron imágenes y cambiaron la historia humana, unos más, otros no tanto. En el mundo de hoy la imagen lo ha invadido todo, pero necesita explicación, el contexto oportuno, aunque algunas pueden ser muy explícitas, son las menos.

La imagen se remonta a la prehistoria, se las puede ver en algunas cavernas. Cuentan historias, reflejan la vida cotidiana del clan. Existían pocas palabras, las necesarias, y más tarde se necesitó la escritura y así se fue domesticando el tiempo, se pudo construir memoria.

La foto nunca es inocente, la palabra tampoco. En nombre de la palabra se alentó y justificó los peores crímenes. Y conviene subrayar que la palabra, la palabra escrita, puede ser un instrumento muy peligroso. Esto de la postverdad se está asumiendo con cierta naturalidad, palabras que mienten sin rubor. En las instituciones, se pone de moda, usar palabras nada agradables, inclusive groseras. Ciudadanos elegidos por ciudadanos usan palabras que imaginan que usan sus representados, sin darse cuenta que las personas con menos educación saben qué palabras usar según las circunstancias, si se entrevistan por ejemplo con una asistencia social porque lo han desahuciado no entran a su despacho diciendo «que tal tronca». Se está perdiendo el respeto por las palabras,... y por las personas.