l Dinosaurio, de Augusto Monterroso (Tegucigalpa, Honduras, 1921 - Ciudad de México, 2003), es una de las obras más estudiadas, citadas y comentadas de la literatura universal, a pesar de constar, tan sólo, de siete palabras:

«Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí».

Los críticos literarios y los expertos en semiótica han elaborado todo tipo de teorías para intentar explicar el motivo por el que estas sencillas palabras despiertan el interés y la curiosidad del lector.

Se ha argumentado sobre su ambigüedad semántica, su estructura sintáctica, su valor metafórico y fuerza evocativa; incluso se habla de su cadencia poética, pues esas siete palabras encierran un endecasílabo.

Pero lo más interesante es su interpretación: ¿Quién se despertó? ¿Cómo es posible que tuviera a su lado un dinosaurio? El análisis puede tornarse más complejo si añadimos otras hipótesis. Quien despierta no puede estar en un dormitorio, por lo tanto no yace en una cama, pues un dinosaurio es un ser enorme y no podría acceder a una casa, a menos que añadamos a nuestra hipótesis la de un dinosaurio diminuto.

Además, la historia plasma un anacronismo evidente, ya que los dinosaurios se extinguieron millones de años antes de que el homo sapiens hollara nuestro planeta. Según algunos, el dinosaurio representaría una metáfora de la enormidad del tiempo y del espacio, sería la imagen del misterio que envuelve y encierra nuestras vidas.

Esta posibilidad de asignar múltiples interpretaciones a El dinosaurio de Monterroso ha hecho que sea utilizado también, con cierta frecuencia, por los comentaristas y los periodistas de diversos medios para referirse a la situación política. De hecho, en cierta ocasión, una famosa política, ya retirada, a la pregunta de si había leído la obra respondió que «estaba en ello, pero aún no la había terminado».

En cualquier caso, y ciñéndonos a la política local, en Elche tenemos muchos dinosaurios que vemos cada vez que nos despertamos, aunque muchas veces nos gustaría que ya no estuvieran allí. Cada mes, en el transcurso del pleno municipal, se citan, de pasada, algunos de ellos. Pero, en vez de buscarles solución, se aprueban mociones que, o bien no son competencia municipal o, si lo son, no hay voluntad alguna de cumplirlas.

Sin embargo, las cuestiones que saltan a la vista, como el dinosaurio en el relato de Monterroso, parecen paralizadas. Nadie entiende a estas alturas, por ejemplo, que no se tomen medidas decididas, concretas y estructurales para revitalizar el centro histórico de la ciudad. Basta darse un paseo por el centro de Elche para comprobar que está muriendo de forma inexorable; y no creo que verbalizar esta evidencia contribuya a acentuarla, como afirmó hace poco el concejal de Promoción Económica y Comercio.

Como nadie entiende que aún se siga hablando, nuestro alcalde lo hace, de las bondades de una estación del AVE que puede condenar a Elche a quedarse sin un transporte por ferrocarril viable: lejos de la población y sin conexión con las estaciones existentes en el centro de la ciudad. De nada serviría echar en cara su error al alcalde y al ministro que, en su día, decidieron el emplazamiento de la estación. Pero sí está en nuestras manos mitigar las consecuencias de esa decisión, exhortando a la Generalitat a exigir unas conexiones ferroviarias para Elche como las que reclama para Valencia.

Al igual que tampoco entiende nadie que el Ayuntamiento, de una ciudad tan importante como la nuestra, no sea capaz de encontrar una solución ante la administración competente para desbloquear el contencioso del Hotel de Arenales del Sol. A menos que alguien albergue la maquiavélica idea de dejar que el problema se pudra, pagar una indemnización a la empresa, si procediera, y contentar con ello a unos socios de gobierno que nunca estuvieron por la labor de que se llevara a cabo el proyecto.

Tomar decisiones es complicado y nunca se puede agradar a todos, pero no podemos esperar, simplemente, a despertar y que el dinosaurio ya no esté allí.