En las comarcas alicantinas tendemos a acordarnos de los ríos con la sequía. Hace tiempo que se abandonó su percepción de corredores naturales que unen poblaciones, modos de vida, intereses e incluso poblaciones que hablan distintas lenguas dentro de un mismo territorio. El río Vinalopó es un claro ejemplo de ello: un ecosistema fluvial que vertebra hasta tres comarcas y que ha visto desde batallas entre romanos y cartagineses a desarrollos económicos de éxito, agrícolas o industriales, en diferentes épocas. No obstante, los planteamientos claramente economicistas han convertido el Vinalopó en un espacio sobrexplotado y que es percibido a su paso por las distintas poblaciones como una corriente de agua -unas veces exígua, otras abundante- que genera malos olores, insectos o escombreras.

Hasta ahora, el desarrollo de esta cuenca de 1.700 km² impulsado tanto por la administración estatal como la autonómica se ha demostrado dañino para el río, siempre centrado en alcanzar la máxima eficiencia en el riego o en la construcción de trasvases. A esto ha de añadirse la presión urbanística -industrial y residencial-, desmelenada en el último siglo y enloquecida en los últimos 30 años. Son condiciones que dibujan un Vinalopó que pide a gritos un rescate: ni cumple la normativa europea, ni es sostenible medioambientalmente. Y un río muerto, no sólo es un foco de problemas, también es un reflejo de una sociedad que no se respeta a sí misma.

Pero no obstante su estado, en sus 80 km de longitud presenta caraterísticas singulares muy valiosas cuya recuperación se hace cada día más necesaria en un marco histórico muy complejo, un contexto en el que se entremezclan distintos intereses que habrán de confluir en los diseños de usos de un río exhausto que riega viñas y salinas al tiempo que sirve a distintos sectores económicos como el calzado, el mármol, el textil, etc.

La solución a la situación del Vinalopó tiene por tanto varios prismas como sectores se sirven de su cauce y requiere de un consenso en un grupo de estudio y análisis que aglutine a representantes de los intereses económicos, sociales y ambientales de su entorno inmediato, apoyado por la universidad y centros educativos, asociaciones culturales y expertos de distinta índole que establezcan los pasos a seguir.

Esta posibilidad ya está sobre la mesa de la conselleria de Agricultura, Medio Ambiente, Cambio Climático y Desarrollo Rural y recoge la preocupación de asociaciones ecologistas como el Observatorio del Vinalopó. Mi compañera en las Cortes, Graciela Ferrer, y yo trasladamos hace más de un mes la reclamación de este grupo ecologista de defensa del río, demandando la creación de una Mesa de Trabajo por la Recuperación Integral de la Cuenca del Vinalopó que diagnostique y diseñe un Plan Director de Restauración Ecológica y Revalorización Socioeconómica y Ambiental. Iniciativa que está siendo respaldada por los distintos municipios que participan del cauce del Vinalopó. Municipios como Elda, Villena, Elx o Beneixama han aprobado ya en sus plenos una moción en esta línea, sumándose a esta iniciativa que ha sido presentada también por los diputados de Compromís y EU en la Diputación.

Y no es cuestión de ponerse medallas, es momento de mirar a Europa, cuya administración nos pone deberes medioambientales que llevamos décadas sin atender. Vivimos en un territorio donde el turismo, por méritos propios y bondades solares, se ha abierto espacio firmemente en la costa pero también ofrece posibilidades que no nos detenemos a valorar generalmente en otros espacios o poblaciones. Es el caso del turismo ecológico, por poner un ejemplo de un aspecto de nuestra economía poco trabajado hasta ahora, y lo que puede suponer en unas comarcas industriales que albergan sin embargo una ruralidad muy rica profundamente amenazada: el Vinalopó atraviesa diferentes sistemas agrarios, tres parques naturales, humedales y lagunas, infraestructuras que ya son patrimonio arquitectónico y cultural nuestros, ecosistemas de fauna y flora marcadamente mediterráneos o ciudades como Elche, la tercera más grande del País Valenciano. No lo acabemos de matar, repensémoslo.

Cristina Rodríguez es diputada autonómica de Compromís y portavoz de Agricultura de la coalición