Se repite que «el Tamayazo» -la compra de dos diputados que impidió que los socialistas formaran gobierno en la Comunidad de Madrid- fue el momento en que sin ver, oír, ni hablar, Esperanza Aguirre pactó con el diablo para ser presidenta.

Si existiera el diablo e hiciera pactos sería fácil entender que la lideresa haya podido vestir de chulapa con donaire y andar con saltitos de campeona de la goma por el patio del colegio de los mil delitos, del espionaje, del odio, de las persecuciones, de la chulería, de los sobornos, de los robos y de la sospecha y marcharse -por tercera vez y voluntad propia- diciéndose «engañada y traicionada». ¡Engañada y traicionada la más astuta criatura política de Madrid! Como no hay diablo ni pactos, sus 35 años de supervivencia sí tienen mérito, no salvarse de un accidente de helicóptero y de un atentado masivo en Bombay.

Esperanza Aguirre contenía más sorpresas que una caja de mago. El acento madrileño del liberalismo político -muy poco liberal en Telemadrid- dedicó a construir su imagen pública tanto como los demagogos o los dictadores. Quienes la conocieron en sus inicios cuentan que se fue haciendo Esperanza Aguirre sin que nadie creyera que llegara a haber una Esperanza Aguirre dentro de Esperanza Aguirre, capaz de fascinar a su hinchada y de sorprender a sus rivales.

Aun sin cargos, ella es su propia plataforma. No se la ve dimitiendo de sí misma. Para Esperanza Aguirre, como para los policías de Philip Marlowe, aún no se ha inventado la manera de decirles adiós.