En el capítulo I de La Ruta de Don Quijote, titulado «La Partida», empieza el personaje principal, el «alter ego» del propio « Azorín» llamando a gritos a doña Isabel, no sabemos muy bien para qué le llama, la anciana mujer sube a la habitación y mantiene una banal conversación, ella le pregunta que adónde se marcha, puesto que ha visto «la maleta que aparece en el centro del cuarto» y él le responde con pesar, entristecido y resignado, que no lo sabe, luego ella le advierte casi como una enfermera que «esos libros y esos papeles que usted escribe le están a usted matando». Azorín le responde con altos ideales mesiánicos «tengo que realizar una misión sobre la tierra» como un predestinado caballero andante.

Un suspiro de Doña Isabel «¡Ay, señor!», le evoca en Azorín una visión de los viejos pueblos y caserones vetustos, vocablo repetidísimo por Azorín a lo largo de las 15 crónicas del libro, y en la primera tres veces. Es una de las palabras usadas por Leopoldo Alas « Clarín» en La Regenta: «Vetustas, la muy noble y leal ciudad, corte en lejano siglo...», que aparece en la primera página de la novela. Lo que presupongo es un reconocimiento de Azorín hacia Clarín, el cual hizo en 1897 hizo «encomiásticos juicios» de los artículos del alicantino.

Azorín se siente condenado por tener que escribir, encadenado al destino de escribir. Pero quizá, fue este estilo pesimista, la idea que buscaba comunicar al lector, la de una Mancha pobre y triste, vinícola y labriega y destartalada como la propia figura de ciprés lánguido y seco del Caballero de la Triste Figura, y ridículo caballero andante.

El capítulo II, «La Marcha», está contado desde la fonda de la Xantipa, cuya dueña era una viuda de Argamasilla de Alba, nos hace un flash back del viaje en tren desde Madrid hasta la estación de Cinco Casas. Hubo una línea férrea entre Cinco Casas y Tomelloso, con una estación intermedia en Argamasilla de Alba, que se abrió el 15 de febrero de 1914, por ello, evidentemente, Azorín no tomó este tren que le hubiera dejado en el apeadero de Argamasilla. Tenía la línea 19,250 km, y tres puentes metálicos. Se suprimió el servicio de viajeros en abril de 1971. Continuó como tren de mercancías por la línea de régimen de maniobras. El último tren especial «Manantial del Vino» pasó el 5 de abril de 1987. Ha sido una constante e inútil reivindicación de la Asociación Manchega de Amigos del Ferrocarril. Se pactó una Vía Verde, que los Ayuntamientos no han cumplido hasta le fecha. Recojo la perdida de esta línea como homenaje a Azorín que tanto amor tenía por los llamados «caminos de hierro» como lo demuestra en su libro Castilla.

Azorín no entró en la Fonda Museo del Ferrocarril de Alcázar, de lo contrario hubiera comentado, necesariamente, sobre los azulejos del zócalo de la sala cafetería, son mil azulejos sevillanos fabricados en 1875 con diferentes escenas pintadas a mano, a modo de cliché de una película, con toda la obra del Quijote. Una verdadera joya del mosaico andaluz. En el primer azulejo vemos un retrato de Cervantes y en el siguiente la primera frase: En un lugar de la Mancha...

En el capítulo III nos hablará el cronista de la historia y origen de Argamasilla de Alba «la fundó don Diego de Toledo, prior de San Juan; el paraje en que se estableciera el pueblo se llamaba Argamasilla; el fundador era de la casa de [los Duque de] Alba», y amplios datos tomados de Las Recopilaciones topográficas de los pueblos de España, encuesta mandada a hacer por Felipe II en 1575, cuyo manuscrito se encuentra en la Biblioteca del Escorial. Nos hablará de los académicos: don Cándido, don Luis, don Francisco, don Juan Alfonso y don Carlos. Dice Francisco Villagordo Montalbán, que don Cándido y don Luis existieron realmente y se llamaban de apellido Montalbán (nota 14, p-97, de Cátedra nº 214). Los académicos de Argamasilla fueron seis según el pergamino que había en la caja de plomo, al final de la I Parte del Quijote: El Monicongo, el Paniaguado, el Caprichoso, el Burlador, el Cachidiablo y el Tiquitoc, cuando se abre la caja de plomo. Por ellos los eruditos cervantistas, entre ellos Clemencín, Hartzenbusch, y el propio Azorín consideraron que Argamasilla debía ser ese lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme. La anotación 52 del murciano don Diego Clemencín (Editorial Alfredo de Ortells, Valencia, 1998), donde escribe:

«La idea de una Academia existente en la Argamasilla lleva evidentemente consigo la de burlarse de sus moradores, y más en el tiempo de Cervantes, en el cual estos cuerpos eran raros hasta en las cortes y ciudades más populosas y cultas».