Suele decirse que para poder cambiar de hábitos de conducta, cuando esta es incorrecta, es preciso desaprender lo «mal aprendido» para poder volver a aprender lo que te enseñan. La reeducación del delincuente incide en muchas ocasiones en este patrón necesario para poder quitarles de encima lo que hacen mal y en muchas ocasiones con la dificultad de que no aquellos no saben que lo están haciendo mal, porque están convencidos de que su conducta, su forma de comportarse ante los demás, y hacia ellos, su falta de respeto hacia como piensan los demás, no tiene nada de irregular, sino que su diferente punto de vista ante las cosas les legitima para actuar como lo hacen.

Quien actúa de forma despótica hacia los demás, sin ser consciente, o no queriendo serlo, de que lo que uno hace puede dañar a los demás supone negar la mayor cuando a estos se les reprocha su forma de ser. Y así se buscan decenas de excusas para justificar una conducta para apoyar una aparente legitimación de un proceder ofensivo o violento. En reeducación se incide mucho en la necesidad de desaprender comportamientos como estos para poder asumir, en primer lugar, un cierto grado de culpabilidad cuando una persona actúa de forma violenta y compulsiva contra los demás. Bien porque no piensan como él, porque son distintos, o por las razones que cada persona crea que pueda tener. Porque solo desaprendiendo estos comportamientos se puede avanzar en aprender lo que en una convivencia civilizada se exige, y que siempre pasa por el respeto a los demás, y el no ejercicio de la violencia verbal o física.

La reeducación nunca puede funcionar si una persona no asume su mal comportamiento y es consciente de que debe dar un giro a su forma de actuar para con los demás. Si no es así resulta imposible que las personas que actúan de forma violenta, verbal o física puedan acabar respetando al resto, y seguirán ejerciendo violencia en todos los órdenes y sectores donde se muevan, queriendo imponer su forma de ver las cosas, o pensar, y sin importarles que puedan ofender a los demás. Pero en la sociedad uno de los grandes males que existen es que difícilmente se reconocen los errores y quien ejerce un comportamiento violento se niega a dar su brazo a torcer y quiere seguir imponiendo el sentido de su creencia o pensamiento. Es, pues, la ausencia de arrepentimiento lo que motiva que resulte difícil avanzar en políticas de educación social y reeducación. Porque nadie quiere dar un paso atrás cuando se excede en su actuación y persiste en el empeño de demostrar que su conducta está justificada.

El incremento desaforado de los últimos tiempos de la violencia verbal y física parece que demuestra que no le debe ser fácil a quien así actúa desapoderarse de esa forma de actuar absolutamente rechazable. Pero si estas mismas personas que así actúan en la vida no asumen lo incorrecto de su proceder en modo alguno van a dar un giro a esa forma de comportarse y puede que en ese aparente anonimato de las redes sociales o en «la valentía» de decir lo que uno quiere donde le apetezca y cómo le apetezca estos comportamientos se van a incrementar.

Por ello, la situación no es fácil para dar un giro a esta forma de comportarse de una pequeña parte de la sociedad, pero que actúa de forma muy dañina, hasta el punto de que como no admiten que actúan mal se crecen a medida que descubren situaciones que a ellos no les parecen correctas y actúan de forma violenta, verbal o física, cuando la intolerancia que reclaman son ellos quienes la practican.

Por ello, solo la reeducación puede hacerles ver lo incorrecto de su proceder para desaprender unos comportamientos que han aprendido quizás viéndolo en la forma de comportarse de personas de su línea de pensamiento, y lo que hacen es imitarles. De esta manera consideran legítimo que si alguien piensa de forma distinta a ellos, o un hecho o acontecimiento no lo admiten, pueden insultarle, menospreciarle, vejarle y faltarle el respeto como consideren oportuno.

Y puede que estas personas actúan de esta manera porque sus parámetros para conseguir sus fines son distintos a los que consideramos que cuando una persona piensa de manera distinta a otro hay que enfocarlo siempre desde el respeto a esa otra forma de ser o de pensar y no desde el menosprecio, la vejación o el insulto. El problema es que quien así actúa hace ya esa forma de comportarse su «modus vivendi» y le gusta hacerlo. Por ello, la reeducación que está incluida en el artículo 83 del texto penal es una vía hábil y apta para desaprender conductas y comportamientos bajo la idea de que ese «todo vale» que algunos utilizan «no le vale» al resto de una sociedad que quiere vivir en paz y con respeto.