Es algo a lo que le prestamos muy poca atención, no le damos valor y puede estar taladrando nuestra salud física y psicológica. Según la Organización Mundial de la Salud, España es el segundo país del mundo más ruidoso y el primero de la Unión Europea. Forma parte de la cultura española, junto con la siesta, las fiestas populares, la vida en la calle y salir de tapas, entre otras muchas.

La lista de ruidos en este país nuestro es demasiado larga y tediosa aunque a nadie le parezca significativa, excepto a los que no pueden conciliar el sueño por el tráfico de la ciudad, sobre todo los camiones que recogen la basura, las fiestas y cenas de vecinos desconsiderados o las obras interminables de calles o casas aledañas. La suma sigue su curso con la pareja roncadora, la televisión impertinentemente alta del vecino colindante o la música estridente del adolescente de turno.

Cuando estamos de celebración, o simplemente en un restaurante, la comunicación es misión imposible, porque para oír al comensal que tenemos enfrente necesitamos un amplificador de sonido, ya que el estruendo del ambiente es ensordecedor. Los comensales hablan a voces, los niños gritan y corren como posesos a nuestro alrededor, la televisión está conectada aunque nadie la mire, puede incluso estar en marcha el hilo musical de fondo para amenizar la velada y que finalmente el estrépito sea desquiciante.

Estamos tan acostumbrados al ruido que cuando nos encontramos en un lugar donde hay silencio nos zumban los oídos como buscando algún estímulo que nos indique que seguimos vivos. Llegamos al punto de conectar el televisor únicamente para que nos acompañe algo de sonido y distraiga los pensamientos, o bien nos colocamos unos cascos inalámbricos y escuchamos música en profundidad o simplemente nos incrustamos un altavoz en la oreja y hablamos por teléfono sin parar, el caso es tener nuestros oídos con alto voltaje continuamente.

La consecuencia es bastante desastrosa, dado que perdemos la capacidad auditiva a pasos agigantados, lo que genera una situación perversa, ya que necesitamos más volumen para poder oír adecuadamente lo que antes escuchábamos a unos decibelios mucho más bajos. Los antiguos refugios para los más sensibles al ruido han ido cayendo en desgracia, como las bibliotecas, los hospitales o las aulas. Para disfrutar de un verdadero y genuino lugar donde reposar los sonidos y encontrar una paz sepulcral, tendremos que visitar el cementerio que parece que sigue siendo el templo del silencio. Les aconsejo hacerlo mientras están vivos para poder comprobarlo.