Como cada vez que televisan desde La Rambla de Méndez Núñez procesiones, cabalgatas o desfiles, mi madre, que en junio cumplirá 92 años, al ver las retransmisiones procesionales de Semana Santa ha vuelto a repetir lo que siempre dice: «Por La Rambla pasa todo». Y es que, aunque hace ya 40 años que no vive allí, no deja de evocar los tiempos en que teníamos nuestro hogar en esa avenida alicantina, en un edificio de seis viviendas, todas ocupadas por familiares y con el negocio familiar también en la planta baja. Negocio fundado a principios del siglo XX que fue muy conocido en Alicante. Y es curioso que, aunque ahora vivimos en la nueva zona céntrica de la ciudad, los recuerdos de aquellos tiempos en La Rambla son mucho más intensos que los vividos en las últimas cuatro décadas, seguramente porque aquellos fueron muy felices años de juventud para ella, con su marido y sus hijos; o de niñez y adolescencia para mí, junto a mis padres, hermanos y abuelos, mis tíos y primos, convirtiendo cada acontecimiento en una convivencia familiar sobresaliente.

Sin embargo, ante esa añoranza de La Rambla en los años cincuenta, sesenta y setenta del pasado siglo, le manifiesto que esa Rambla ya no existe, y que en la actualidad aquello es muy diferente. E, incluso, los fines de semana hasta puede resultar molesto vivir allí. Ciertamente, La Rambla de ahora no tiene nada que ver con la que fue principal zona comercial alicantina, en la que podías encontrar de todo, pues todo tipo de comercios había. Y también en las calles aledañas, para desembocar, subiendo por López Torregrosa, en el Mercado Central. Cualquier cosa que necesitases la podías encontrar en los nutridos y florecientes establecimientos de La Rambla, sus travesías y las calles paralelas: juguetería, ferretería, confitería y bombonería, panadería, farmacia, sastrería, confección para señora y caballero, zapatería, joyería, bisutería, tejidos, cortinajes, alfombras, librería y papelería, imprenta, imaginería religiosa, licorería y bebidas gaseosas, heladería, ultramarinos y alimentación, charcutería, muebles, artículos para el hogar y regalos, colchonería, mercería, droguería, perfumería, moda, óptica, prensa, fotografía, discos, música, lotería, productos para el fumador y estanco, reparación y limpieza del calzado, cafeterías y cervecerías, restaurantes, cine, entidades bancarias, incluso los primeros grandes almacenes inauguraron allí su sede. Por eso, cuando llegaba cualquier festividad, La Rambla era un hervidero de animación, de gentío, mirando escaparates por sus aceras. Buscando y comprando la multitud de cosas que, como en un enorme almacén por toda la avenida, se ofrecía y se podía comprar. De todo ello no queda rastro, salvo dos bancos y una joyería que hace esquina con la calle Mayor? Ahora todo ha sido sustituido por locales, muchos de ellos franquicias, para el «chupeteo» y la comida rápida?

Lamentablemente, en el resto de nuestra ciudad ha pasado algo parecido y en la zona comprendida entre el Rabal Roig y las avenidas de Gadea y Soto ya apenas existen comercios tradicionales, que han sido sustituidos por innumerables bazares chinos, donde se ofrece todo lo imaginable a precios inigualables y calidad mejorable.

Aunque parezca increíble, en Alicante tampoco queda rastro de sastrerías de caballero, pero las hubo y muy buenas. Toda la ropa que se vende es de confección, muchas veces para usar y tirar. Buscando por Internet, que es la guía universal para los imposibles, encuentras que en Singapur puedes lograr que te confeccionen ropa a medida. En Singapur y, por supuesto, en los grandes almacenes de nombre compuesto y anglófilo que todos conocemos y que muchos admiramos por lo que suponen para la economía española.

Y ni rastro de encuadernadoras, salvo una que está en El Pla. Y ni rastro de tiendas de discos, ni de las papelerías y las librerías modélicas que había en el centro? Y, desde luego, ni rastro de cines, excepto los Ana y el Navas. Pero muchos cines había en Alicante, tanto en el núcleo principal como en las barriadas.

Porque Alicante, como las demás ciudades, ha cambiado comercialmente demasiado, a veces no para mejor. Los ritmos actuales de la vida imponen aspectos y modelos muy distintos a los que configuraban nuestra ciudad hace lustros. Es algo normal, ya que la vida es cambio. Lo lamentable es que esos cambios hayan supuesto un deterioro insufrible de la excelencia, cuando no de la atención y la amabilidad.

Sé que la nostalgia no siempre es conveniente. Pero no puedo evitar evocar lo que me permitía encontrar en Alicante muchas, muchas buenas cosas de las que ya no quedan ni rastro.