Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

José María Asencio

Semana Santa y laicismo de opereta

Esta Semana Santa hemos tenido otra buena ración de falso laicismo y por eso demostradamente minoritario. De seguir comportándose muchos con ese aire anticlerical, cutre, pasado de moda e impropio de una civilización, la nuestra, que puede no gustar a algunos, pero es la que es, con sus valores, tradiciones y sentimientos ancestrales, mucho me temo que conseguirán dar un impulso a estas celebraciones inimaginable para sus propios promotores.

No se han percatado aquellos que practican esta exhibición de radicalidad irracional anticristiana ?pues eso es lo que hay, ni más, ni menos-, que cuanto más alto hablan y profieren sus reivindicaciones, más personas acuden a los actos religiosos, sean procesiones o ceremonias de otro tipo, incluso misas televisadas.

Por eso, por la impotencia de una palabra que no cala socialmente, porque no es bella, ni encierra otra cosa muchas veces que estupideces revestidas de aparentes avances democráticos, recurren con tanta frecuencia a la prohibición mediante leyes que, no obstante anunciar y pedir, no se atreven a promulgar dado que su nivel de cumplimiento, en las anteriores ocasiones en que Zapatero entró en ese pantanoso terreno, fue nulo o casi nulo y consiguió el resultado contrario, es decir, más gente, afición y más himno nacional que nunca a la entrada y salida de los pasos de Semana Santa. Por eso, exigen que ésta se prohíba, pero siendo conscientes de que la ciudadanía empieza a estar cansada de tanta estulticia.

Ni la prohibición funciona cuando la sociedad no ampara determinadas ideologías o no ve peligro en ellas, antes al contrario, se ve reflejada en las mismas, ni la propaganda consigue otro efecto que el contrario. Salvo, claro está, que aquellas prohibiciones vengan aderezadas con la calificación de delito, algo que ha manifestado alguna mente delirante. Mentes enfermas que se conmueven y piden amparo a la autoridad para evitar a los niños el espectáculo sangriento de las procesiones, que para ellos es poco edificante. No digo en este caso ya mentes autoritarias, sino enfermas, porque todos los que en este país somos y vivimos, hemos acudido desde niños a ver procesiones y creo que ninguno se ha convertido en peligroso asesino o ha adquirido trauma de ninguna clase. Si alguno de los que hablan lo padeció, lo siento mucho, pero debe mirárselo y hallar la causa en otro lugar, no en los desfiles procesionales. Hablan tanto que no se dan cuenta de que ofenden, de que no pueden descalificarnos a los padres que hemos llevado a nuestros hijos a ver procesiones o vestido de nazarenos desde niños.

Predican tanto estos curas laicos, dan tanto la paliza con sus sermones, mucho más severos que los de los sacerdotes de sotana, hay que decirlo, que cansan y aburren. Que digo yo que podrían probar a meterse en sus cosas y dejar el mundo correr, que nadie les ha pedido ayuda para salvarse y que, sin negar sus buenas intenciones, bien harían en ocuparse de sus asuntos y no dar lecciones de moral o ética a nadie. Nadie les ha reclamado como salvadores, ni nadie les reconoce superioridad alguna. Si no les gustan las procesiones, que no vayan. Pero que nos dejen a los demás disfrutar, sobre todo cuando a ellos no se les prohíbe exhibirse cuando y como les place, ocupando las mismas calles, incluso, como suele suceder últimamente, cuando a sus actos reivindicativos acuden no más de una docena de indignados con todo, siendo la noticia precisamente la falta de respuesta ciudadana. Que se corte la circulación para que diez o doce personas ?siempre las mismas-, pidan no sé qué, no me parece mal, tienen derecho, pero que esos mismos cuatro gatos se indignen cuando miles de ciudadanos procesionan o acuden a ver los desfiles, es al menos llamativo de una forma de ver el mundo al revés. Pareciera que el derecho de ocupar la calle es solo de unos y para ciertas cosas. Fétido y rancio olor a dictadura.

No voy a afirmar que exista conexión directa entre quienes enardecen los ánimos y los que se lanzan a provocar estampidas que, además de interrumpir el transcurso normal de las procesiones, han provocado heridos, pero sin duda alguna la falta de respeto, la intolerancia y la siembra de cierto odio irracional, está en la base de una sociedad muy propensa a la violencia frente a quien piensa de forma diferente. No es nuevo y forma parte de nuestra historia la confrontación absurda y el envilecimiento de unos y otros. Por eso, porque cada vez veo más radicalidad y más sentimientos primarios e irracionales, debemos entre todos o la mayoría poner un poco de cordura y recuperar el espíritu de consenso y reconciliación que identificó la Transición. Habrá que hacer lo necesario, empezando por reconocer los errores que derivan de la imposición de lo políticamente correcto.

El discurso laicista, tal y como se transmite, es de una simpleza y ordinariez insoportables, pues se traduce en una suerte de anticlericalismo soez que solo puede conducir a otras conductas «anti». El laicismo es otra cosa, más seria y menos folklórica que debería imponerse sobre la estupidez y el desahogo de la vulgaridad.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats