Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Ánxel Vence

Cuando las naciones se divorcian

Coincidiendo de manera quizá no casual con la crisis del matrimonio, cunden ahora los pujos a favor del divorcio en las naciones más poderosas del mundo. Y en las menos, también. El Reino Unido, por ejemplo, ha iniciado los trámites de separación de la Unión Europea con la que tanto le costó casarse debido al veto impuesto durante años por la Francia del general De Gaulle. Una Francia que ahora amenaza con irse también del club si triunfa en las próximas elecciones la candidata neofascista Marine Le Pen. A su vez, Escocia ha solicitado ya turno para desunir se de Gran Bretaña y otro tanto pretenden en España los nacionalistas de Cataluña. Más curioso aún parece el caso de Estados Unidos, república a la que su nuevo presidente, Donald Trump, quiere divorciar comercialmente del resto del mundo, aunque sus flotas de portaaviones sigan ejerciendo la gendarmería marítima en los siete mares.

Por si acaso. Paradójicamente, todos los países y grupos de naciones que andan en trance de disolución conyugal basaron su éxito en la unión, concepto que la mayoría de ellos incorporan a su denominación de origen. "Unidos" se apellidan, en efecto, los Estados de la Norteamérica anglosajona que, partiendo de esa alianza, han acabado por constituirse en el imperio que gobierna el mundo por medio de Hollywood, Silicon Valley y Wall Street.

A la Unión Europea, ahora en crisis, le ha bastado poco más de medio siglo para convertirse, a su vez, en la primera potencia económica del planeta. Y al Reino que lleva el adjetivo de "Unido" -aunque Escocia lo ponga en cuestión- no le ha ido precisamente mal con su unión interna y la alianza que mantuvo durante los últimos años con la UE. Habrá que ver cómo le va una vez que recupere su soltería. El caso es que las naciones quieren volver a serlo en plenitud, con el pertinente aparato de fronteras, pasaportes y aranceles. Además de retrógrada, la idea parece algo extravagante en un mundo reducido al tamaño de un pañuelo por la revolución tecnológica en curso; pero a ver quién se lo explica a los nostálgicos del pasado. Como cualquier otra modalidad de nacionalismo, la que ahora marca tendencia en el mundo apela a las añoranzas de un improbable paraíso perdido. Trump basa su éxito en la promesa de hacer a América grande "otra vez", como si en alguna ocasión reciente hubiera dejado de serlo. Y una encuesta entre los británicos que votaron a favor del "Brexit" revela que, ya puestos, la mayoría de ellos están a favor de restaurar antiguas costumbres como la pena de muerte.

Otra parte no desdeñable aboga por recuperar los castigos físicos en la escuela y ni siquiera faltan los partidarios de abolir el sistema métrico decimal para sustituirlo por las viejas medidas imperiales. De momento, no han dicho nada de cambiar los coches por vistosos y ecológicos carruajes de caballos; pero todo llegará. Se diría que este es el último coletazo de esa antigualla que, en realidad, empiezan a ser ya las naciones a las que las grandes corporaciones y alianzas transnacionales les están tomando inevitablemente el relevo. De ahí que sus dirigentes -y quienes les votan- parezcan convencidos de que el divorcio va a arreglar todos sus problemas por arte de magia. No es de extrañar que los chinos aplaudan hasta con las orejas.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats