Giovanni Tesio es profesor de Literatura italiana en la Universidad del Piamonte Oriental. Entre sus trabajos, se encuentran sendas ediciones de las cartas de Italo Calvino, "I libri degli altri. Lettere 1947-1981", y de los relatos de Lucio Mastronardi, "A casa tua ridono". Además, acaba de publicar el contenido de los coloquios que mantuvo con Primo Levi, hace treinta años, en el domicilio turinés de éste, en el tercer piso del corso Re Umberto, 75.

El profesor universitario comenzó a frecuentar el estudio del escritor en enero de 1987, pero las visitas, que se sucedieron periódicamente en los tres meses siguientes, se vieron interrumpidas a causa del fallecimiento de Levi, que tuvo lugar el 11 de abril de ese mismo año. Tesio había leído, en una edición de 1967, su célebre obra "Si esto es un hombre", pero después descubrió que había existido una anterior, publicada en 1947. Primo Levi accedió a recibirlo en su casa y mostrarle el texto primitivo, y le dio razón de cuáles fueron los motivos que lo indujeron a introducir los añadidos y las variantes que el investigador había apreciado durante la lectura comparada de las dos ediciones de la obra.

El libro que ha salido ahora a la luz, y que ya figura en el catálogo de Einaudi, al igual que toda la producción literaria del autor judío, se titula "Io che vi parlo. Conversazione con Giovanni Tesio". En él, Primo Levi habla de su familia, la infancia, los años de formación, los amigos de la adolescencia, las lecturas, la timidez, la pasión por la montaña, la guerra y el regreso a Italia después de la liberación del campo de trabajo "Buna", en Auschwitz III-Monowitz (Polonia). Ha sido su rememoración escrita de lo que allí vio y soportó la que lo ha constituido en relator inigualable de los terribles hechos que asolaron Europa en la primera mitad del siglo XX.

Primo Levi llegó al lager en febrero de 1944 y lo abandonó en enero de 1945, cuando las tropas soviéticas ocuparon el lugar. Lo que aconteció en esos meses de horror, y en el período siguiente, lo ha referido con magistral pluma en una trilogía emblemática, conformada por "Si esto es un hombre", "La tregua" y "Los hundidos y los salvados". La primera de éstas es universalmente conocida y se cuenta entre las obras literarias más representativas de cuantas existen acerca de los padecimientos de las víctimas del Holocausto. Según Philip Roth, Premio Príncipe de Asturias 2012, "después de haberla leído, nadie puede decir que no ha estado en Auschwitz".

Antes que en "Si esto es un hombre", Levi había pensado en otros dos títulos: "En el abismo" y "Los hundidos y los salvados". Al final, se impuso el que eligió el editor. Es el encabezamiento de un poema, con resonancias de shemá deuteronómico, que dice así: "Si esto es un hombre €. Considerad si es un hombre / quien trabaja en el fango / quien no conoce la paz / quien lucha por la mitad de un panecillo / quien muere por un sí o por un no. / Considerad si es una mujer / quien no tiene cabellos ni nombre / ni fuerzas para recordarlo / vacía la mirada y frío el regazo / como una mirada infernal".

Y es que, al llegar al campo de concentración, les quitaban todo: ropa, zapatos, cabellos, el nombre, la familia, los amigos, los recuerdos, las costumbres, la posibilidad de hablar, escuchar o ser comprendidos. Entonces, el lager comenzaba a ser un campo, no sólo de concentración o de trabajo, sino de aniquilamiento, porque, al decir de Levi, quien lo ha perdido todo, comienza a perderse a sí mismo. En aquel lugar siniestro, cualquier rasgo que mereciera el calificativo de humano era eliminado por completo. Los prisioneros, al traspasar el umbral del campo, se adentraban, permítase tomar prestada la expresión de Dostoyevski, en la "casa de los muertos".

Es por ello por lo que esta obra de Primo Levi figura entre las más destacadas de la denominada "literatura del descenso a los infiernos", a la que pertenecen "El hombre invisible", de Ralph Ellison, o "Bajo el volcán", de Malcolm Lowry, o "Doctor Fausto", de Thomas Mann. El averno de Levi es el abismo del sinsentido, el del condenado que no es culpable, el de la desesperanza total, según reza en el cartel de entrada del de la "Divina Comedia": "Abandonad toda esperanza los que entráis aquí".

"De Dante, me gustaba el Infierno; el Purgatorio, un poco menos; no recuerdo nada del Paraíso", le confesó a Giovanni Tesio. En verdad, hay mucho de Dante en la obra de Primo Levi. Sin embargo, al leer esas páginas estremecedoras, en las que el autor refiere en primera persona la experiencia angustiosa del encierro en Auschwitz III-Monowitz, la comprobación de que existe un misterio de iniquidad, que adopta formas inimaginables para intentar destruir a la humanidad entera, y la dramática constatación de que el hombre puede desfigurarse de tal manera que cueste reconocer en él su dignidad y grandeza, viene a la mente aquella descripción antigua, sublime y real de la suerte final de un enigmático Siervo de Dios, del que el profeta Isaías dijo:

"Muchos se espantaron de él porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultaban los rostros, despreciado y desestimado. Lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado. Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron. Lo arrancaron de la tierra de los vivos. Le dieron sepultura con los malvados y una tumba con los malhechores, aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño en su boca".

Para el cristianismo, estas palabras de Isaías son profecía de las horas últimas de la vida de Cristo, el cual, despojado de todo, humillado, abofeteado, escupido, insultado, flagelado, coronado de espinas, condenado a una muerte ignominiosa y crucificado, es, a la vez, señalado como prototipo de humanidad doliente, paciente, y real: "Ecce homo", dijo Poncio Pilato, mientras lo mostraba a una multitud de mentes obnubiladas.

"He aquí al hombre", que, escarnecido en su desnuda existencia, se pregunta por el sentido de su sufrimiento, dolor, fracaso y finitud, y que, como Viktor Frankl, judío y prisionero también en Auschwitz, lugar que él mismo denominó "experimentum crucis", busca comprender, identificar los resortes que empujan al hombre, por una parte, a idear y ejecutar males terribles, y, por otra, a proyectar y realizar acciones sublimes y maravillosas; ese hombre que es capaz de inventar las cámaras de gas, pero también de entrar en ellas "con la cabeza erguida y el padrenuestro o el shemá Israel en los labios".