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El teatro de Maduro

El teatro del absurdo pasó de moda hace ya mucho tiempo, pero Nicolás Maduro, todavía presidente de Venezuela, se ha erigido en protagonista del género, hibridado con el teatro de la crueldad. Los monigotes por él colocados en el "tribunal supremo", que un día deslegitima al parlamento elegido por el pueblo y al siguiente le devuelve la legitimidad, añaden teatro negro a la pretensión dictatorial del ejecutivo como único y absoluto poder. Teatro de sombras grotescas que los propios "bolivarianos" empiezan a abuchear alertados por el rechazo de todas las democracias, mientras el país se desangra en presos políticos, desabastecimiento, hambruna y la inflación más gigantesca de su historia.

Lo probable es que el Ejército haya dicho "hasta aquí", negándole apoyo al heredero de Chaves. Y sin armas enmedio, una democracia no involuciona en dictadura. El rechazo del mundo libre, que empieza por la explícita condena de la OEA y crece imparable entre crìticas planetarias, no tolera la extralimitación que ha perdido lo que tuvo Chaves: el mando de las fuerzas armadas, el respeto formal de la separación de poderes y el respaldo mayoritario del pueblo venezolano, que guarda memoria de otras dictaduras menos crueles con sus condiciones de subsistencia. La corrupción de los gobiernos democráticos abrió el camino a Chaves, cuya discutible legitimidad culmina con un sucesor investido a dedo, torpe, ignorante, matón y maestro en el arte de hacer enemigos.

Que el estrago de este incompetente aún no haya sido condenado por Podemos, induce serias dudas sobre los principios y valores de sus dirigentes, virtuosos en la negación de la evidencia con enrevesadas logomaquias que nadie traga. Lo peor es la sospecha de que Pablo Iglesias y sus corifeos estén ocultando compromisos inconfesables, que saldrían a la luz a poco que abandonasen la discupa sistemática de Maduro. Está claro que este personaje se ha salido de la democracia. Si no se va por las buenas, será expulsado por las instituciones y el pueblo venezolano. Sus errores y fracasos no tienen un pase dentro ni fuera del país. El poder judicial se ha condenado a sí mismo y está a punto de ser impugnado por el legislativo como autor de un golpe de estado que sería de risa si no conllevase tanto dolor del pueblo y la condena unánime del mundo. Maduro no ha podido disolver la cámara convocando elecciones, porque las sabe perdidas. Y pasar el marrón a los presuntos jueces ha sido la definitiva prueba de su degeneración.

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